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‘Los jardineros secretos’: Londres, capital de la esclavitud moderna

Un cortometraje de animación basado en la historia real de un niño vietnamita esclavizado durante años en Gran Bretaña se suma a la campaña que denuncia a las mafias que trafican con personas para convertirlas en esclavos del siglo XXI.

La Agencia Nacional para el Crimen británica lleva años advirtiendo de que las mafias que trafican con personas ya no están tan “enfocadas” en la explotación sexual, sino que han descubierto un nuevo “filón”. Un infame negocio que puede parecer impensable en pleno siglo XXI y que, sin embargo, va en aumento. Se trata de esclavizar a personas que captan en sus países de origen con la promesa de un contrato de trabajo en Europa, especialmente en Reino Unido, y que acaban obligadas a trabajar sin contraprestación económica en condiciones de auténtico maltrato. Hace un año, la policía británica, alertada por los vecinos de la tranquila localidad de Chilmark a causa de un olor extraño que inundaba sus campos, irrumpió en un búnker nuclear abandonado donde encontró una plantación de cannabis a nivel industrial. El antaño refugio del ministerio de Defensa durante de II Guerra Mundial había sido adaptado para albergar más de 4.000 plantas, de las que se ocupaban tres hombres que vivían encerrados en una habitación tras una puerta de doce centímetros de grosor. Los tres eran vietnamitas que no hablaban inglés y dos de ellos ni siquiera habían cumplido la mayoría de edad.

Lo insólito del lugar hizo que el hallazgo tuviera una gran repercusión mediática, pero no era ni mucho menos la primera vez que la policía se topaba con niños, adolescentes y hombres esclavizados en Reino Unido como “jardineros” de cannabis. Un informe de 2012 de UK Human Trafficking Centre ya alertaba del problema, pero es ahora, durante este último año, cuando ha empezado a llamar la atención de los medios de comunicación, como consecuencia de casos como el de Chilmark o a raíz de las declaraciones de quienes lo vivieron en primera persona y lograron escapar. Stephen es el niño vietnamita que ha puesto cara a la dramática realidad que viven en el mundo los aproximadamente 40 millones de esclavos modernos, cuya explotación se calcula que sirve a los traficantes para ganar más de ciento cincuenta mil millones de dólares al año.

Él ha podido contarlo y en su relato, publicado por el diario británico The Guardian, desvela que fue forzado a trabajar durante cuatro años cuidando plantaciones de cannabis, donde permanecía encerrado con llave. Tenía que manipular sustancias tóxicas, esquivar el complicado entresijo de cables que servía para alimentar las potentes lámparas que calientan el cannabis y renunciar a saber si era de día o de noche, porque las ventanas estaban tapadas con material aislante que impedía ver el exterior. Cada cierto tiempo, un grupo de hombres de su misma nacionalidad iba para vigilar el resultado de su trabajo y dejarle comida. A Stephen, que hoy tiene 19 años, lo detuvo la policía cuando acababa de cumplir los 16. Ni siquiera sabía inglés pero, gracias a su familia de acogida, lo aprendió y ahora cuenta con su ayuda para arreglar su situación legal en el país. Porque su condición de víctima no ha impedido que las autoridades británicas le hayan denegado el asilo y esté a la espera de ser deportado a Vietnam, el país del que salió a los diez años engañado por una mafia. Su historia es la que ha inspirado el citado cortometraje con el que la organización de apoyo a los niños traficados ECPAT UK trata de concienciar sobre el problema.

El de Stephen es, en todo caso, un ejemplo “afortunado”. Porque muchos otros niños, en lugar de víctimas son considerados y tratados como delincuentes. ECPAT UK denuncia casos de niños esclavizados que, cuando son detenidos por la policía, acaban internados en una institución para jóvenes delincuentes acusados de producción de drogas y robo de electricidad. Después de cumplir su pena, van directamente a un centro de detención migratoria desde el que son deportados a Vietnam, el país del que proceden la gran mayoría de esclavizados en Gran Bretaña para el cultivo de drogas: 1.300 en los últimos 5 años. De ellos, más de 500 eran menores de edad. De acuerdo con un informe de 2013 del proyecto RACE in Europe, organización de derechos humanos, estas cifras no se acercan ni por asomo a la realidad. Insisten, además, en denunciar que muchos de estos menores vietnamitas no reciben suficiente apoyo, sino que son criminalizados mientras los traficantes siguen campando a sus anchas.

Las autoridades británicas tratan ahora de crear mayor conciencia ciudadana sobre estas otras esclavitudes modernas en aumento: 2.255 en 2017, un 160% más que el año anterior, aunque las estimaciones oficiales hablan de un número de víctimas seis veces mayor, unas 13.000. Por eso, a la Ley contra la Esclavitud Moderna de Reino Unido de 2015 han querido sumarle estas campañas de carácter social que sirvan para que cualquiera pueda fijarse en lo impensable. De hecho, uno de los eslóganes más repetidos es que la esclavitud “Está en todos lados, ocurre frente a sus ojos”. En ocasiones las víctimas se encuentran ocultas y encerradas, pero muchas otras veces están a la vista. En túneles de lavado de automóviles, gimnasios, salones de belleza y obras en construcción. Atienden a centenares de clientes, a quienes su condición de esclavos pasa inadvertida.

La gran mayoría de las víctimas son extranjeras que proceden de hasta de 108 países diferentes, con Albania a la cabeza, seguida de Nigeria, Vietnam, China, Pakistán, Brasil, Venezuela, Honduras o México. Precisamente, será su nacionalidad la que marque su “camino” en Reino Unido. Mientras en Albania se sigue reclutando fundamentalmente a mujeres para la explotación sexual, en Vietnam las mafias buscan hombres y niños que realicen pesados trabajos físicos en lugares tan insospechados como la granja del bucólico pueblecito de Chilmark del que empezamos hablando. La táctica para someter a las víctimas es, sin embargo, muy similar en todos los países: los traficantes ofrecen préstamos que resultan finalmente impagables y luego les dan la posibilidad de pagarlos con un trabajo en Gran Bretaña. Ya han caído en sus redes, de las que resulta extremadamente difícil salir.

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