Los expertos en la inestable zona de Oriente Medio aseguran que Ghaani, aunque falto del carisma de Soleimani, es sin duda el mejor candidato para ocupar el puesto del general fallecido. Ambos fueron compañeros – se unieron a las fuerzas armadas durante la guerra de su país con Irak en la década de los 80 – y llevaban más de veinte años trabajando juntos. Soleimani expuesto a los focos; Ghaani, en un segundo plano. Tras el final del sangriento conflicto que se prolongó durante ocho años y dejó un millón de muertos, Ghaani se unió a la Fuerza Al Quds y en 1997 se convirtió en el segundo de Soleimani, cuando este último fue nombrado comandante en jefe de los también conocidos como Pasdaran, la organización más importante que existe en Irán. Creada tras el triunfo de la Revolución Islámica en 1979 como un órgano de custodia de la ideología en que se apoya el sistema puesto en marcha por los ayatolás, esta fuerza traspasa lo militar y ejerce un gran papel político, económico y social en el país.
Hasta ahora siempre discreto, Ghanni pasó en pocas horas a protagonizar las noticias nacionales e internacionales: el ayatolá Alí Jamenei lo llamaba para ocupar el cargo de su predecesor, Qasem Soleimani, el militar iraní que Teherán consideraba un héroe en vida y que desde el pasado viernes es también un mártir. Un (inesperado e inexplicable) ataque con drones, ordenado por Donald Trump, en el aeropuerto de Bagdad terminaba el pasado viernes con la vida del influyente general iraní a manos de los estadounidenses. Y ahora es él, Ghaani, quien no solo está oficialmente al mando del poderoso grupo iraní encargado de las operaciones de élite y la política exterior de su país sino también de ejecutar las acciones concretas que materialicen la “venganza severa” prometida por Jamenei contra los responsables del “martirio” de Soleimani.
El Parlamento de Irán ya ha aprobado por unanimidad una moción denominada precisamente “venganza severa”, que declara “fuerzas terroristas” al Pentágono y al Ejército de Estados Unidos. Ghaani, por su parte, se apresuró a prometer, ante las cámaras de la televisión estatal del país, que continuaría “la causa del mártir Soleimani tan firmemente como antes” y sacaría a Estados Unidos de la región. Eso sí, tras su nombramiento el viernes, también pidió paciencia para la “venganza” que, según dijo, dejaría “cuerpos de estadounidenses en todo Medio Oriente”. Aunque llevaba décadas en lo más alto del poder, el nombre de Ghaani no era conocido fuera de su país hasta que la Oficina de Control de Activos Extranjeros de Washington lo acusó de realizar “desembolsos financieros” a milicias en la región y de estar detrás de un envío de armas incautadas en un puerto de Lagos, la ciudad más poblada de Nigeria, en 2010. Asimismo, el gobierno israelí lo acusó de enviar ayuda militar a los palestinos en la Franja de Gaza y apoyar el grupo militar libanés Hezbolá. Su nombre aparece además relacionado con la presencia de Irán en el conflicto de Siria en 2012 y posteriormente, en 2017, fue la voz que se alzó para acusar, a su vez, a Washington de “haber creado al Qaeda” y al autodenominado Estado Islámico.
Por su parte, el parlamento de Irak pidió el domingo la expulsión de todas las tropas estadounidenses del país, lo que conllevó una condena del presidente Donald Trump, quien también amenazó con represalias a Teherán en caso de responder con ataques a objetivos estadounidenses. Mientras, varios países de Oriente Medio, desde Israel, hasta Irak y Arabia Saudita tienen en alerta a sus tropas ante posibles ataques. Error de cálculo o quizás, simplemente, una muestra más del desconcertante y desequilibrado mandato de Donald Trump, el mundo entero vuelve a mirar el avispero de Oriente Medio con creciente preocupación.