El empresario brasileño Carlos Ghosn disfrutaba desde hacía décadas del prestigio y el respeto que los japoneses y en general el mundo de los negocios le reconocía por su labor al frente de Nissan-Renault, la alianza empresarial que llevó hasta la cima del mercado mundial del automóvil. Su restructuración radical de Renault y que lograra salvar a Nissan de una inminente bancarrota le valieron, además, los apodos de Cost Killer y Mr. Fix It. La prensa japonesa también le bautizó como Seven-Eleven porque trabajaba desde muy temprano, sin horarios ni pausas. Nadie podía imaginar que aquel hombre poderoso, arriesgado e inteligente iba a dar con sus valiosos huesos en la cárcel. Él, seguramente, tampoco. Sin embargo, el 19 de noviembre de 2018 la noticia de su detención en Tokio conmocionó a los nipones y, por supuesto, al globalizado mundo de las finanzas: la cotización de las acciones de Renault se desplomó en la Bolsa de París de forma inmediata. Había caído el rey.
Esas Navidades las pasó en la cárcel, ya que hasta el 25 de abril de 2019 el exdirectivo de 65 años no volvió a su casa de Tokio, donde quedó confinado bajo arresto domiciliario. Y estaba claro que empezar 2020 encerrado en su mansión japonesa a la espera de juicio por presuntas irregularidades financieras al frente del gigante automovilístico, con el acceso a internet y la comunicación con su familia restringidos, no entraba en sus planes. Cuando saltó la noticia de que Ghosn había aparecido la víspera de Año Nuevo en el país donde creció, Líbano, nadie entendía qué había pasado. Fue el propio Ghosn quien confirmó la noticia a través de un comunicado grabado en vídeo difundido por Renault. Estaba en Beirut. Sin embargo, insistió, él no se había fugado de la justicia, sino de “la injusticia y de la persecución política”. La pregunta era cómo había salido, quiénes le ayudaron a la hora de ejecutar tan inesperado golpe de efecto en una historia que cada vez se asemeja más a una serie de ficción escrita por un guionista demasiado fantasioso.
Y las teorías sobre la fuga empezaron a circular. ¿Había escapado de la casa en el interior de la caja de uno de los instrumentos musicales con los que se amenizaba la velada en la casa supuestamente vigilada por cámaras? ¿Utilizó una identidad falsa para salir del país? La realidad, según se pudo comprobar después, era mucho más sencilla. Las cámaras lo grabaron saliendo de su casa y la Seguridad General libanesa aseguró en un comunicado que “el ciudadano entró al Líbano legalmente”, por lo que no era necesario “tomar ninguna medida o acción legal”. Los pasaportes de Ghosn, quien cuenta con nacionalidad libanesa, francesa y brasileña, estaban retenidos en la oficina de su abogado en Tokio como parte de los términos de su libertad condicional, pero, de acuerdo con la investigación, el magnate tenía en su poder un segundo pasaporte francés, hecho que desmiente el ministro de Relaciones Exteriores de Francia, Jean-Yves Le Drian.
Mientras continúa las pesquisas, ha trascendido que Ghosn no había reparado en gastos a la hora de planear la fuga perfecta. Como si se tratase de un plan estratégico de los que con tanto éxito implantó en las empresas que dirigía, Ghosn estudió todas las vías, aeropuertos y puntos de entrada a países como Indonesia, Filipinas, Corea del Sur, Taiwán y Tailandia antes de decidir emprender su vuelo hacia Estambul. El periplo, según los registros de las cámaras de seguridad, comenzó la tarde del 29 de diciembre, cuando salió de su céntrica casa de Tokio para dirigirse a pie hasta un hotel cercano donde se reunió con dos hombres junto a los cuales se desplazó a la estación de ferrocarril de Shinagawa. De allí, en un tren de alta velocidad, se dirigió a Osaka, a más de 500 kilómetros al suroeste de la capital, donde, siempre en compañía de los dos hombres, cuya identidad aún no ha trascendido, entró en un hotel situado en las inmediaciones del Aeropuerto Internacional de Kansai. Ya no se le volvió a ver. Dos horas más tarde salían sus acompañantes portando dos grandes baúles: de acuerdo con las informaciones publicadas por The Wall Street Journal, en uno de ellos se habría escondido el empresario para emprender el primer tramo del viaje.
En el citado aeropuerto, el volumen de las cajas impidió que estas pasaran a través del escáner de la terminal aérea, lo que habría hecho que fueran facturadas directamente en el avión privado con el que viajaría a Estambul. A su llegada a Turquía, la investigación indica que Ghosn abordó un segundo avión privado, más pequeño, con el cual llegó a Beirut, ciudad a la que entró, según los funcionarios libaneses, con un pasaporte francés y una identificación libanesa, por lo que “no había razón para detenerlo” durante el proceso migratorio. Ya en Líbano, país sin ley de extradición para sus ciudadanos, el empresario se puso ante las cámaras y defendió su inocencia: las acusaciones en su contra son parte de un complot orquestado por Nissan y el gobierno nipón para impedirle que ejecutara sus planes de llevar a cabo una fusión total con la firma francesa Renault. Aseguró asimismo que estaba “preparado para quedarse mucho tiempo” en el Líbano, país al que llegó con seis años y del que tiene la nacionalidad.
Líbano, sin embargo, no ha dejado de recibir presiones internacionales para que la “estancia” del empresario no sea tan “plácida” como podría haber esperado. Por su parte, la Interpol hizo llegar a las autoridades libanesas la correspondiente circular roja contra el fugitivo de la justicia japonesa y tres abogados libaneses denunciaron hace unos días a Ghosn por un viaje que realizó el empresario en 2008 a Israel, país que se encuentra técnicamente en guerra con el Líbano. Todo ello condujo este jueves a que la Fiscalía General le impusiera la prohibición de abandonar el territorio tras interrogarlo por primera vez. La Agencia Nacional de Noticias libanesa (ANN) informaba ayer de que el fiscal general, Ghasan Oueidat, había decidido permitir a Ghosn residir en el país con la prohibición de viajar pero sin atender a la otra solicitud de la circular de la Interpol: que el empresario fuera “arrestado de forma preventiva a la espera de extradición, entrega u otra acción judicial similar”.
En cuanto a los cargos legales a los que Ghosn se podría enfrentar en el Líbano, donde la Fiscalía le está investigando por la “normalización de las relaciones económicas con Israel”, Ghosn se apresuró a pedir perdón a los libaneses en una rueda de prensa en Beirut alegando que no viajó “como libanés sino como director de Nissan-Renault”. Se declaró, en todo caso, dispuesto a enfrentarse a un juicio siempre y cuando este fuera “justo” y volvió a tildar de lo contrario al sistema judicial nipón. Además, dijo con el aplomo de gran empresario que le caracteriza, “no quería morir en ese país y quería estar con su mujer, a la que solo había visto dos horas en nueve meses”. En Líbano, la opinión pública está dividida; en Japón, escandalizada.