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Justicia

Chuck Morton, el fiscal que abandonó su retiro para asegurar la condena de Pablo Ibar

Chuck Morton fue el fiscal del juicio que condenó a Pablo Ibar por el asesinato de tres personas. Ahora, con 75 años y ya jubilado, ha vuelto a ser clave para sentenciar al reo español.

El fiscal Chuck Morton
El fiscal Chuck Morton

Chuck Morton fue el fiscal del juicio que condenó a Pablo Ibar por el asesinato de tres personas, después de que el primer juicio del caso fuera declarado nulo por falta de unanimidad en el veredicto del jurado y de que el segundo también lo fuera, por la mala praxis del abogado de oficio del acusado. Por eso, que en 2016 el Tribunal Supremo de Florida decidiera anular también el tercer juicio, el que él había ganado, no gustó nada al competitivo e implacable fiscal Chuck Morton. Menos aún que la decisión, esta vez, estuviera fundamentada en el cúmulo de “pruebas exculpatorias” y en “irregularidades procesales obvias” que obligaban a celebrar un nuevo juicio. Para Morton, la decisión del alto tribunal suponía un borrón en su carrera y no estaba dispuesto a permitirlo, aunque las imágenes de la cámara que en 1994 grabó el crimen siguieran siendo igual de borrosas.

Morton ya había tenido que enfrentarse en su día a la falta de pruebas físicas, pero había convencido al jurado y ahora, a sus 75 años, 24 años después de los crímenes, estaba dispuesto a hacerlo de nuevo. Y, además, iba a sacarse un crucial as de la manga. De manera sorprendente, la camiseta con la que el asesino aparecía tapándose el rostro y secándose el sudor en las imágenes que grabaron el cruel asesinato y en la que nunca se halló ADN de Ibar ahora sí tenía rastro biológico del acusado. ¿Cómo era posible que en todos estos años el único ADN encontrado en la prenda correspondiera a un varón desconocido y ahora tuviera también un rastro de ADN de Ibar? La explicación parecía sencilla, al menos para los peritos de la defensa: se trataba de una trasferencia, una contaminación producida por el escaso cuidado que la policía y la fiscalía tuvieron con las pruebas.

Así que, en principio, esta nueva y sorprendente evidencia no debía suponer un escollo para demostrar, una vez más, que no puede acreditarse de forma indubitada la participación de Ibar en los hechos de 1994. En todo caso si ya resultaba sorprendente que apareciera ADN del acusado en un sitio donde nunca estuvo, también lo fue que el juez designado para repetir el juicio decidiera admitir la “prueba” tantos años después. Lo cierto es que, desde el principio, la elección del nuevo juez, Dennis Bailey, fue controvertida y la defensa de Ibar lo recusó, porque Bailey había trabajado como fiscal auxiliar en la misma oficina en la que trabajaba Chuck Morton. Sin embargo, un tribunal de apelaciones de Florida denegó la recusación porque, a su juicio, la relación profesional entre Bailey y Morton tuvo lugar hacía mucho tiempo y no suponía “ningún conflicto de cara al nuevo juicio”.

El juez Dennis Bailey

El juez Dennis Bailey

De modo que el juicio empezaría con un juez del que no se fiaba la defensa, una prueba que aparecía 24 años después de los hechos y el regreso del fiscal “estrella” jubilado en 2013, que volvía a pedir la pena de muerte para Ibar por el asesinato de Casimir Sucharsky, dueño de un famoso club nocturno de Miami, y las modelos Sharon Anderson y Marie Rogers la noche del 27 de junio de 1994. Aquella noche, la cámara casera con la que el empresario grababa sus encuentros sexuales recogía las terribles imágenes de dos hombres irrumpiendo en su casa de Miramar (Florida) y el asesinato a tiros del propio Sucharski y las dos mujeres que lo acompañaban. Las imágenes son de pésima calidad, pero cuando días más tarde la policía detuvo a Pablo Ibar y a su amigo Seth Peñalver por otro robo en la zona, la policía identificó al primero como el asesino de Miramar que perdía unos instantes la protección de la camiseta con la que ocultaba el rostro. Esa fracción de segundo recogida por la cámara serviría para que Ibar fuera acusado de los terribles asesinatos, junto a Peñalver. Aquel primer juicio, no obstante, se saldó con la nulidad porque el jurado no fue capaz de llegar a un veredicto unánime. Era enero de 1998 y el camino judicial de Ibar y Peñalver acababa de empezar. Un camino que empezaron juntos pero que, sin embargo, iban a recorrer con “suerte” bien diversa. Ambos fueron condenados a muerte, pero mientras que Peñalver fue finalmente absuelto en 2012 y vive desde entonces en libertad, Ibar sigue luchando por demostrar su inocencia. Una guerra por su vida en la que acaba de perder una crucial batalla.

Antes de que juicio con jurado llegara a España jamás nos habíamos planteado que una buena puesta en escena y la capacidad actoral de un fiscal o un abogado a la hora de dirigir sus alegatos a las personas elegidas para emitir el veredicto, pudieran resultar definitivas para sellar la “suerte” del enjuiciado con independencia de los hallazgos físicos en su contra. Es cierto que la literatura y el cine estadounidenses nos habían ilustrado bastante bien, pero siempre con la premisa de que se trataba de ficción. Sin embargo, no hay nada más real que la capacidad de algunos para influir en las decisiones de otros. Por eso la elección de los miembros de un jurado tiene enorme peso en el conjunto del proceso y en Estados Unidos hay profesionales que se dedican de forma exclusiva a estudiar el perfil de cada posible miembro. Más aún, de valorar sus gestos, su mirada o la cadencia de sus palabras cuando responden antes de ser admitidos o rechazados por la defensa o la acusación. Precisamente, en el inicio de este cuarto juicio a Pablo Ibar que, en contra de lo esperado puede volverle a confinar en el corredor de la muerte, la elección de los doce miembros del jurado provocó también las quejas de la defensa.

Pablo Ibar

Pablo Ibar

Igual que las provocó el alegato final del fiscal Morton, una actuación digna de estatuilla. Con su voz grave advirtió al jurado de que no debían sentirse influenciados por la presencia de la prensa, a la vez que intentaba echar por tierra los testimonios de expertos en reconocimiento facial y ADN de la defensa citando un verso de la canción de Bob Dylan «Subterranean Homesick Blues»: “No se necesita al hombre del tiempo para saber hacia dónde va el viento”. Después, con la fotografía de Ibar en una mano, Morton reprodujo el vídeo de los asesinatos de forma continuada, apuntando con el dedo la cara borrosa del asesino mientras pronunciaba sin cesar el nombre del acusado. Una y otra vez. Hasta que finalizó, acercándose aún más a los doce miembros del jurado para rogarles, apuntando al acusado sin mirarle: “¡No dejen libre a este asesino!”. La protesta de la defensa contra una “calificación” que no le correspondía hacer al fiscal y su petición para que el juicio fuera anulado en ese mismo momento, eran rechazadas inmediatamente por el juez Bailey. Había llegado el momento de que el jurado se retirara a deliberar.

En el tercer día de deliberaciones, el jurado pidió que se leyeran los testimonios de dos expertos, uno de la Fiscalía y otro de la acusación, sobre el hallazgo del ADN de Ibar en la camiseta del asesino. La petición del jurado no era buena señal. Además de la poderosa intervención de Morton – primer fiscal negro del condado de Broward cuando fue nombrado en 1976 -, la nueva prueba iba a tener, contra todo pronóstico, un peso fundamental para que el veredicto resultara finalmente válido. Es decir, unánime. A pesar del principio básico del derecho penal “in dubio pro reo”, es decir, las pruebas que ofrecen algún tipo de duda han de interpretarse a favor del acusado, este jurado iba a decantarse por todo lo contrario. Para la defensa de Ibar, parecía imposible que el jurado no viera, al menos, una duda razonable en el hallazgo de ADN del acusado 24 años después y solo en un punto concreto de la prenda. Parecía imposible que no aceptaran los dictámenes de los peritos que señalaron que se trataba de un caso claro de contaminación de la prueba durante la custodia policial o las declaraciones de los expertos del laboratorio, admitiendo que la bolsa que guardaba la prenda no estaba sellada. Sin embargo, así ha sido. La bola caía al otro lado de la red.

El próximo 25 de febrero el jurado empezará a decidir la sentencia: cadena perpetua o pena de muerte. En el primer caso, Ibar podrá recurrir ante el tribunal estatal de apelaciones y en el segundo, ante el Tribunal Supremo de Florida. En cualquiera de los dos casos, la defensa tendrá que demostrar que Ibar, tampoco ahora, ha tenido un juicio justo. Y lo hará cuestionando las decisiones del juez Bailey, que no permitió sacar durante el juicio asuntos planteados por la defensa, como la exoneración de Seth Peñalver o la desaparición de otras cintas de vídeo que la defensa consideraba claves así como su permisividad con el alegato final del fiscal Morton, quien ya ha podido regresar, de nuevo triunfante, a su tranquilo retiro.

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