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La educación me empoderó para luchar por los derechos de las mujeres en Kenya

Cada vez que tengo ocasión, hablo en nombre de las mujeres de la comunidad masái

Día de mercado en una aldea masái. Con nuestro grupo femenino ayudamos a otras mujeres a desarrollar su negocio, entre otras cosas, a cultivar y vender verduras en los mercados locales. Foto: ©Henri Bergius.

Mi nombre es Mary Nkisonkoi. Soy facilitadora y nací en la aldea masai Oloshaiki en el Gran Valle del Rift, en Kenya. Tuve mucha suerte y he sido elegida facilitadora en un proyecto comunitario de mi zona. 

Antes de que este proyecto comenzara, las mujeres de nuestra región no nos reuníamos a conversar con franqueza sobre nuestros problemas y dificultades. No se nos permitía, a menos que nuestros maridos supieran de qué se hablaba.

Nos limitábamos a estar en la aldea y a reunirnos en la iglesia. Después, cada cual se marchaba por su cuenta y cumplía con sus obligaciones familiares. No sabíamos que como madres podíamos hacer algo que nos ayudara como comunidad, o como mujeres.

Entonces fue como llegó este proyecto y empezaron a enseñarnos sobre el género, sobre los derechos de la mujer, la diferencia entre una esposa y un marido. Todo esto nos animó y nos impulsó a hablar a nuestros hombres.

Me formaron como facilitadora para traer a hombres y mujeres a los foros públicos. Convoco al anciano de la aldea, a las mujeres y a los líderes de los grupos de la comunidad y debatimos lo que se necesita para mejorar la región.

El primer cambio logrado, del que estamos muy orgullosas, es que las mujeres pudieran acceder a la enseñanza para adultos. Tuvimos una docente del proyecto. Se nos enseñó también a crear un negocio.

Muchas mujeres se sumaron a las clases, pues no teníamos otros medios de subsistencia. Tradicionalmente, las mujeres no pueden vender Ganado ni maíz, pues la explotación es del marido.

Al principio fue difícil, pero aprendimos a planificar con anticipación y a asegurarnos de realizar las tareas del hogar y de pastoreo con las cabras y las vacas a la mañana. A las dos de la tarde, una vez que los hijos y las hijas habían vuelto de la escuela, nos íbamos rápidamente a clase.

Mary Nkisonkoi habla en un foro comunitario participativo celebrado en una gran tienda. De pie, se dirige al grupo de personas sentadas.
Ahora, como facilitadora en Oloshaiki, he tenido la posibilidad de acercarme a los hombres y a las mujeres de la comunidad. Nos hemos conocido mejor y podemos hablar con franqueza. © Geofrey Rono, ILO/OIT

Las mujeres aprendimos el alfabeto y los números, y gracias a ello pudimos usar los teléfonos móviles.

Las clases de educación para adultos nos hicieron pensar en qué más podíamos hacer. ¿Cómo íbamos a aprovechar al máximo esa ocasión de salir de la casa? ¿Qué otros cambios podíamos introducir? 

Creamos un grupo de mujeres, o Chama, y lo que nosotras llamamos el “carrusel”, poniendo nuestro dinero en común para ayudarnos mutuamente.

Aquí el mercado se hace los miércoles. Algunas mujeres venden habas, patatas u otras verduras. Decidimos reunirnos todos los jueves, al día siguiente del mercado. Cada mujer aportó 50 chelines kenianos  (40 centavos de dólar), o 100 chelines kenianos (81 centavos de dólar). Si alguna de las mujeres necesitaba pedir dinero prestado para desarrollar su negocio, se lo prestábamos y ella lo devolvía con intereses. A continuación lo prestábamos a la siguiente mujer que lo solicitara para el mismo fin.

El otro cambio en nuestra vida como mujeres es que nuestros maridos aprendieron a darnos un lugar y más espacio. Cuando me siento con ellos como facilitadora, les cuento que las madres pueden también aportar un ingreso a la familia, y pagar estudios o comprar alimentos.

Ahora tenemos libertad para administrar nuestros propios negocios. Cada mujer puede llevar algo a su casa para poner sobre la mesa, aunque sea pequeño. Incluso si se trata de 500 chelines (USD 4,10). Al marido le decimos: “Esto es lo que pude ganar.” Se trata de un cambio importante. Ya no vivimos como vivíamos antes.

Cuando comencé la formación, cambié mi modo de pensar. Me dije a mí misma: voy a brillar como una estrella en la región.

Los hombres son los que se ocupan del negocio del ganado. En mi casa, hablamos y yo planteé que quería iniciar un negocio; se me autorizó. Tenía dinero ahorrado que había ganado con productos que cultivaba. Planté una hectárea. Tuve suerte con lo que planté en esa hectárea y gané 20.000 chelines (USD 163).

Usé ese dinero para comprar una ternera. Mi plan era obtener un toro o una vaca a partir de la ternera. Luego vendería la primera para recuperar el dinero.

Otro de mis objetivos era construir una vivienda permanente, no una casa de barro.  Quería cambios. Comencé a vender mis vacas y abrí una cuenta.

Retrato de Mary Nkisonkoi.
He tenido la gran oportunidad de ayudar a empoderar a mujeres en mi comunidad y en toda la región. © Moses Sanita/ ForumCiv

Nuestro grupo de mujeres fue a un banco llamado K Unity. Comenzamos a depositar nuestros ahorros. Al cabo de seis semanas pedimos un préstamo. Yo pedí Ksh 50.000 (USD 408). Otras hicieron lo mismo y comenzaron un negocio con el maíz. Compré una vaca y un colchón.

Con mi trabajo de facilitadora se me concede un subsidio para desplazamientos. Ahorré lo que me sobró del costo del transporte.

Ahora, estoy construyendo una casa con la ayuda de  mis hijos. Pude comprar las láminas de metal para cubrir el techo con mis propios ahorros de 200.000 chelines (USD 1.633).

Me ha ido bien en los negocios porque tuve la posibilidad de ampliar mis conocimientos y porque tuve ideas importantes. Sigo avanzando.

En esta región, ahora soy la presidenta de todos los grupos de mujeres. También soy responsable del bienestar de las mujeres en mi aldea. Se me da muy bien eI liderazgo. Cuando vamos a foros públicos la gente pregunta: “¿Dónde está Mary Nkisonkoi?” 

Las mujeres de esta región han cambiado. Recientemente comenzamos a construir y mejorar las casas familiares. En Ios viejos tiempos, los masáis íbamos a hacer nuestras necesidades en la naturaleza. Con nuestro esfuerzo, hemos enseñado a los demás la importancia de instalar letrinas.

Como parte del proyecto, también se presentó la oportunidad de plantar árboles. Yo planté los 50 plantones alrededor de mi casa, a fin de hacer una valla. Busco agua y los riego, y van creciendo bien. Los árboles nos darán sombra, pero además esperamos que en los próximos años eso tenga un efecto positivo en el clima local.

Gradualmente, vemos los progresos. Hace poco, junto con otras facilitadoras hablamos a un parlamentario y a un concejal local y les dijimos que queríamos caminos y y dispensarios. Prometieron que los tendríamos; ya tenemos el dispensario. El gobernador escuchó nuestro pedido.

En el pueblo de Suswa participamos en una reunión sobre el presupuesto nacional. Dijimos que teníamos problemas de disponibilidad de agua y de un hospital. Dijeron que se ocuparían de esas cuestiones. Sabemos que van a resolverse, porque sabemos cómo reclamar nuestros derechos.

Las mujeres no tienen que estar oprimidas. Cuando una mujer recibe educación y puede emprender una iniciativa, la comunidad se beneficiará más que si se trata de un hombre. Esto se debe a que las mujeres están en el núcleo de las familias y se ocupan en gran parte de criar los hijos y las hijas. Así que animo a las mujeres a despertarse y ocupar puestos de liderazgo, y a luchar por sus derechos en Kenya.

*Nota de prensa remitida por la Organización Internacional del Trabajo el día 27 de enero de 2023. Voz Libre es ajeno al contenido editorial.

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