Israel y Irán sostienen hoy su cuarto día de ataques directos, un intercambio que muchos analistas ya describen como “guerra no declarada”. Cazas israelíes golpearon de nuevo objetivos estratégicos en Teherán, Isfahán y Tabriz, mientras en el norte de Israel sonaron sirenas por un nuevo aluvión de misiles iraníes. Ambas capitales viven entre refugios antiaéreos y cortes de electricidad, y el número de víctimas crece cada hora.
La operación “León Naciente”, lanzada por Israel el 13 de junio con más de 200 aeronaves, dañó instalaciones nucleares y militares clave, eliminó a altos mandos de la Guardia Revolucionaria y, según el Ministerio de Salud iraní, ha causado al menos 224 muertes en territorio persa. El ejército israelí sostiene que los bombardeos han retrasado el programa nuclear de Teherán “varios años” y que continuarán “hasta neutralizar por completo la amenaza”.
Réplicas de Irán
Irán replica con salvas de misiles balísticos y drones de largo alcance. La última oleada impactó en Tel Aviv y Haifa y mató al menos a ocho civiles, de acuerdo con la oficina del primer ministro israelí. El gobierno iraní afirma que solo responde al “terror aéreo” de Jerusalén y promete el “ataque de misiles más intenso de la historia” si la campaña no cesa.
En paralelo, Israel amplía su lista de blancos en esta guerra no declarada formalmente con Irán. Un bombardeo interrumpió la señal de la televisión estatal iraní en pleno informativo y otro ataque alcanzó el hospital Farabi, en Kermanshah. Teherán denuncia “crímenes de guerra” y convoca al Consejo de Seguridad de la ONU, mientras Jerusalén alega que ambos edificios ocultaban infraestructura militar.
Netanyahu defiende la ofensiva como “necesaria para impedir que el régimen más peligroso del mundo obtenga las armas más peligrosas”. En una entrevista televisiva insinuó que un colapso político en Teherán sería “un resultado posible y quizá deseable”. Washington refuerza las baterías antimisiles de Israel y pide contención. Al tiempo que el G-7 teme un impacto duradero en los precios energéticos y la seguridad del comercio global.
Detrás del compromiso inmediato —destruir capacidad nuclear iraní y frenar la proyección regional de la Guardia Revolucionaria— subyace una pugna estratégica de décadas. Con los canales diplomáticos casi cerrados, cada nueva andanada acerca a ambos países a una confrontación abierta que desbordaría las fronteras y reconfiguraría el equilibrio de poder en Oriente Medio. El desafío para la comunidad internacional será detener la espiral antes de que la guerra deje de ser “prácticamente” y pase a ser totalmente inevitable.