En septiembre de 2017, Estados Unidos dejó en mínimos su embajada en La Habana a causa de una peculiar “crisis auditiva” que obligó a evacuar a la mayoría de los funcionarios de la misma. Muchos de ellos padecían de molestias graves en los oídos, fatiga y mareos que los médicos de la delegación no habían sabido a qué achacar. Una especie de epidemia a la que, seguramente, los primeros en restar importancia o credibilidad fueron sus propios jefes en Washington.
Solo que las casualidades no existen; las epidemias ficticias, tampoco. Así que finalmente se mandó a los funcionarios de vuelta a casa y, de paso, se expulsó de Washington a 17 funcionarios de la legación cubana para que volvieran a la suya. Aquello parecía asunto zanjado, pero la relación de Cuba con el gobierno del presidente Donald Trump, imparable en esto de ir por el mundo haciendo “amigos”, continúa deteriorándose.
Y el penúltimo desencuentro ha surgido en relación, de nuevo, a esos extraños ataques acústicos que ahora, según la portavoz del Departamento de Estado, habrían sufrido también 19 turistas estadounidenses que presentan síntomas como pérdida auditiva, mareos, náuseas y daños cerebrales, es decir, los mismos males que padecían los funcionarios de la embajada. Los mismos también que figuraban en la alerta de viaje emitida por la administración Trump el 29 de septiembre de 2017. Una alerta que, sin embargo, fue retirada a principios de enero. Cuba ya no estaba en la categoría de “no viajar”, sino en la que agrupa a los países sobre los que se recomienda “reconsiderar el viaje”: Venezuela, Haití, Honduras, Guatemala y El Salvador.
La información de los turistas afectados se ha hecho pública, en todo caso, justo después de que el Gobierno de Donald Trump acusara directamente a La Habana de saber quién perpetró los supuestos ataques entre noviembre 2016 y agosto de 2017 contra sus funcionarios en la isla y no decírselo. También, por supuesto, de no haberlos protegido adecuadamente, a pesar de que Cuba, por su parte, insiste en que no ha encontrado pruebas de estos ataques y niega saber algo al respecto.
En realidad, EEUU tampoco ha logrado averiguar con qué se está supuestamente atacando en Cuba a diplomáticos y turistas de su país. Sólo sabe que les provoca daños en los oídos y problemas de salud relacionados con ello. Así lo ha reconocido la portavoz de Exteriores: el Departamento de Estado “no está en posición de evaluar médicamente ni proporcionar consejos médicos individuales, pero alentamos a los que estén preocupados a que lo informen y busquen atención médica”.
Lo que sí parecen tener claro ahora es que los presuntos ataques no ocurrieron solo en las residencias de los diplomáticos, sino también en hoteles donde se hospedan los estadounidenses. Pero, ¿quién, cómo y por qué? A falta de explicación oficial, a los medios de comunicación estadounidenses no les ha quedado más remedio que ponerse a barajar distintas teorías. Y a la cabeza de todas ellas se encuentra la que sostiene que los “ataques” pudieran haberse realizado con un dispositivo sónico que emite ondas inaudibles.
Es decir, con las llamadas armas sónicas. Infrecuentes, pero no por ello menos nocivas. Son muchos los países que han experimentado con el uso de sonido como arma para repeler o inhabilitar a las personas y las armas que finalmente se han desarrollado incluyen dispositivos de largo alcance, conocidos como “cañones de sonido”, que pueden emitir un ruido alto y estridente capaz de afectar la audición humana hasta a 300 metros de distancia.
Sin ir más lejos, la policía estadounidense tiene acceso a estos cañones sónicos o dispositivos acústicos de largo alcance y ya los han utilizado en distintos escenarios: en Ferguson, Misuri, para controlar a la multitud que se manifestaba de forma violenta, en Nueva Orleans, para atajar los pillajes tras el huracán Katrina, y en el Cuerno de África, para repeler los ataques de piratas somalíes contra barcos mercantes y de pasajeros.
Los sonidos intensos pueden causar daños estructurales a los cilios receptores en el oído interno que convierten las ondas sonoras en actividad cerebral. También hay evidencia que la exposición al ruido puede causar la degeneración de las fibras nerviosas que hacen contacto con esos cilios, lo que significa que la transmisión de información al cerebro puede quedar interrumpida.
Sin embargo, estas armas funcionan porque son insoportablemente ruidosas. De modo que si hubieran sido utilizadas para atacar diplomáticos y turistas en Cuba, no habría lugar a dudas. Así que van cobrando fuerza otras teorías, por ejemplo, la de que se trate de un aparato que produce un sonido fuera del rango del oído humano. El informe “Toxicología del infrasonido”, sobre los efectos de sonidos menores a 20 Hz – umbral de la audición humana -, publicado en 2011 por el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos ya acreditaba que el infrasonido podía producir fatiga, trastornos de sueño, pérdida auditiva, apatía, confusión, náuseas y desorientación.
En todo caso, para elaborar cualquier teoría hay que tener muy en cuenta que dichos ataques se habrían producido cuando las relaciones entre Cuba y Estados Unidos estaban en su mejor momento, antes de que se deterioraran con la llegada al poder de Donald Trump. Por eso, para algunos, los culpables podrían ser agentes cubanos desertores o pertenecer a la Inteligencia de un tercer país interesado en dañar las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, como Rusia o Corea del Norte.
Quizás, prefieren señalar otros, se trate de una maniobra de los halcones de la revolución enfrentados con Raul Castro por su política de “apertura” en la relación con su proverbial enemigo yanqui y que conlleva para ellos cierta pérdida de privilegios. En esta tesis, la mayoría de las papeletas las tendría Ramiro Valdez, rival histórico de Raúl Castro. Un conservador antiaperturista muy ligado en su día a Hugo Chávez, que estuvo años al frente de la Dirección de Inteligencia Cubana y que podría tener acceso a un dispositivo de esta clase.
Pero hay otra hipótesis que no debería rechazarse de antemano: la posible incidencia de un sistema de escucha defectuoso o mal controlado. Se trata además de una opción reforzada por la reputación de “grandes oídos” que tiene Cuba, aunque algunos expertos la rechacen alegando que un sistema de escucha normalmente no estaría diseñado para la difusión.
En lo que todos los medios estadounidenses sí coinciden es en que los investigadores del FBI no han encontrado pruebas durante las minuciosas búsquedas realizadas en los hogares de las víctimas, despachos de la embajada e incluso determinados hoteles. Tampoco la CIA. Transcurrido más de un año desde que Washington tuvo constancia de posibles ataques no identificados a sus empleados en la isla, con incidencia de extraños fenómenos acústicos, la investigación se encuentra en punto muerto.
Un responsable del FBI explicó en la correspondiente comisión del Senado que, en primer lugar, la Embajada de EE UU en La Habana instaló grabadoras en las residencias de sus diplomáticos para intentar identificar la causa de los sonidos que varios de los afectados aseguraron experimentar, sin que la medida arrojara resultados. Que, posteriormente, el FBI se había sumado a las indagaciones enviando agentes especiales que revisaron, con la cooperación de la Seguridad del Estado cubana, las casas y los hoteles donde se produjeron los supuestos ataques. También sin resultado.
El Ministerio del Interior cubano asegura haber abierto su propia investigación y sigue insistiendo en que no tiene nada que ver en las supuestas agresiones, aunque en lo que más insiste es calificar la teoría de los ataques sónicos como un episodio de “ciencia ficción”. Inverosímil o no, la noticia de que hay turistas estadounidenses que presentan los mismos síntomas que los funcionarios evacuados de La Habana ha provocado – no es de extrañar – que el turismo estadounidense se frene: a nadie le gusta arriesgar la salud por muy buenos precios que ofrezca un destino.
Resulta extraño, por otra parte, que por ahora los presuntos ataques hayan sido capaces de afinar tanto la puntería y no se tenga noticia de turistas de otras nacionalidades que hayan denunciado molestias auditivas después de un viaje a Cuba. En todo caso, para el turista empedernido al que no le gusta la “aventura”, el mundo se está quedando muy pequeño.