Son los crímenes en los que no existe relación previa entre víctima y su asesino los más difíciles de resolver. Se desconoce el móvil y llegar al sospechoso supone apoyarse únicamente en las pistas que este, a pesar de sus precauciones, pueda haber dejado. Y después, aunque se llegue a encontrarlo, solo podrá ponerse un porqué más o menos definitivo a través de la confesión del único que está vivo para hablar: el asesino.
Las víctimas del pantano de Susqueda, Paula Mas y Marc Hernández, salieron del Maresme el 24 de agosto de 2017 para pasar unos días haciendo excursiones en kayak por el conocido embalse gerundense y nunca regresaron. Tres días más tarde, cuando las familias ya habían dado la voz de alarma por falta de noticias, apareció el kayak flotando en el agua y al día siguiente, lo hizo su Opel Zafira. El coche tenía las llaves en el contacto, la primera marcha puesta, las ventanillas abiertas y el freno de mano quitado.
Sus cadáveres, sin embargo, no salieron a la superficie hasta el 26 de septiembre. El cuerpo de Marc llevaba atada a la espalda una mochila con una piedra de grandes dimensiones y los investigadores sospecharon que Paula habría llevado una similar, que se desprendió del cadáver.
Sin móvil aparente ni relación alguna entre Jordi Magentí y la pareja asesinada, la investigación policial resultó desde el principio muy compleja y se tuvieron en cuenta distintas hipótesis. Ahora, sin embargo, aunque aún se desconozca qué ocurrió realmente –la hipótesis que cobra más fuerza es que los jóvenes descubrieron por casualidad su plantación de marihuana-, la policía catalana asegura que no tiene dudas de su autoría.
Porque durante meses, los investigadores fueron siguiendo meticulosamente las pistas, descartando hipótesis y recabando testimonios hasta que el camino les condujo a Jordi Magentí, un vecino de la localidad de Anglés a quien todos en el pueblo conocen muy bien. En 1997 asesinó a su mujer en plena calle, confesó el crimen y fue condenado a 15 años de prisión, de los que cumplió 12.
Diversos testigos habían ubicado el vehículo de Magentí, un Land Rover blanco propiedad de su anciano tío, al que cuidaba, en el lugar donde fueron asesinados Paula y Marc. Por eso Magentí ya había sido interrogado al principio de la investigación, pero negó de forma rotunda que estuviese en la zona el día que los jóvenes llegaron al pantano.
A través también de testigos, aquellos que habían escuchado los disparos, los agentes dieron un paso más en la investigación. Tres de ellos los escucharon en la misma dirección, y así se pudo situar el punto más probable como lugar de los hechos: un barranco llamado Fuente del Borni, una zona que Jordi conoce bien por su afición a la caza y a la pesca. Y, al parecer, también por la plantación de marihuana.
Surgieron más pistas tras el hallazgo de los cadáveres, por ejemplo, que el crimen se había perpetrado con una pistola corta, una nueve milímetros Parabellum, y que Paula fue asesinada de un disparo a bocajarro en la cabeza. El cuerpo de Marc, sin embargo, estaba en tan mal estado que no se pudo determinar con claridad la causa de la muerte.
En todo caso, la detención se produjo finalmente a raíz de la sospecha de que Magentí pretendía poner tierra –y mucha– de por medio. Las pistas que habían permitido a la policía intervenir las comunicaciones de Magentí con su actual mujer, una colombiana que había conocido por internet después de salir de prisión, indicaban que esa era su intención: reunirse con Nancy en el país americano.
En todo caso, sus conversaciones habrían sido también las que acabaron por traicionar al autor no confeso de los terribles asesinatos. Confiado, habría compartido con Nancy – curiosamente ella regresó a su país pocos días después de los hechos – datos que le incriminan, a pesar de que, por el momento, ni siquiera ante dicha evidencia Magentí haya confesado.
Al contrario, sigue sosteniendo que le “están colgando un muerto que yo no he hecho”, según se le escuchaba gritar durante el registro de su casa en Anglès donde la policía ha intentado encontrar el arma del crimen sin resultado. Es el momento de seguir atando cabos para la instrucción de cara al nuevo juicio en el que Magentí volverá a sentarse en el banquillo.
Tiene experiencia.
Igual que la tenía en asesinar. Magentí planificó matar a su primera mujer, madre de sus dos hijos, el día en que ella cumplía 35 años. Condujo su coche, lo estacionó en la calle por donde pasaba cada día al regresar en autobús del trabajo y la esperó. Según la sentencia, “cargó la escopeta mientras efectuaba dicha espera”. Los tres primeros disparos los hizo con munición para cazar jabalíes y el cuarto, con un cartucho cargado de perdigones, cuando María Josefa García ya estaba en el suelo, de espaldas.
La mujer había denunciado dos meses antes al hombre con quien llevaba 18 años casada por malos tratos físicos y psicológicos, pero no le retiraron las armas que tenía como cazador. La Audiencia de Barcelona le condenó a 15 años de prisión, el jurado había aceptado tener en cuenta una eximente psicológica, al entender que Magentí tenía “afectada su capacidad volitiva, sufriendo una disminución leve de la capacidad de controlar sus actos” porque padecía un trastorno ansioso-depresivo y llevaba unos años en tratamiento psiquiátrico.
Magentí alegó en su defensa que no imaginaba una vida sin ella. “La he matado”, aseguró, “porque la quería y no podía soportar la idea de vivir sin ella”. En cuanto salió de la cárcel, se puso a buscar a otra. Él sí tenía más vida por delante. La suya no se había terminado cuando acababa de cumplir 35 años. Pepi, su Pepi, era cosa del pasado.