Hay locuras creativas que, afortunadamente, llegan a buen puerto para enriquecimiento de todos. A la animadora y pintora polaca Dorota Kobiela seguro que hubo quien le dijo que su sueño de «pintar» un filme al óleo –por mucho que el mismo tratara de Van Gogh y, más en concreto, sobre las circunstancias de su muerte– era una locura de tomo y lomo.
Sin embargo, unió sus fuerzas a las del británico Hugh Welchman para crear ‘Loving Vincent’, logrando que el filme fuera financiado en parte por el Instituto Polaco de Películas y recurriendo a Kickstarter, una plataforma de crowdfunding, para recaudar el resto de dinero que hacía falta. Todo empezó hace diez años. Kobiela cuenta que en aquella época trabajaba en un estudio de animación, donde había formado parte de un proyecto en el que aprendió mucho.
Cuando el mismo llegó al final, sintió que necesitaba empezar a hacer algo propio y no se le ocurrió nada mejor que mezclar sus dos pasiones, el cine y la pintura. Las cartas de Vincent van Gogh siempre le habían fascinado, como a la mayoría de nosotros, y se le encendió la bombilla: iba a hacer una película sobre el pintor neerlandés y ella misma se encargaría de pintarla. En principio no iba a ser más que un cortometraje de animación titulado ‘Vincent’, pero Kobiela recibió la sorpresa de que la ayuda que había solicitado al Polish Film Institute le había sido concedida y no tardó en dejarse convencer por su socio británico para hacer un largometraje de 90 minutos.
Así empezó la historia de esta genial y en apariencia imposible obra que necesitó de siete años de dedicación exclusiva y más de 65.000 fotogramas pintados a mano. Además, por supuesto, del constante desgaste de energía para lidiar con problemas técnicos y las dudas constantes de quienes seguían pensando que el cine no se podía pintar.
Conscientes del alto riesgo de su proyecto, Dorota Kobiela y Hugh Welchman se pusieron sus propias normas para la elaboración del filme: no «inventar» ningún cuadro de van Gogh ni cambiar los hechos de su vida. Otro concepto que tuvieron claro desde el principio era que los personajes de la cinta se acercarían a Vincent para hablar del misterio de su muerte, que se dictaminó como fruto del suicidio. Se empaparon de todo tipo de teorías sobre por qué se mató, incluida la versión más popular, de Emil Bernard, que sirvió de ejemplo para Vincenzo Minnelli y George Cukor a la hora de rodar ‘El loco del pelo rojo’.
Sin embargo, a ellos dicha teoría no les acababa de encajar porque aquel momento de su vida al pintor parecía irle mejor e incluso había vendido su primer cuadro. La decisión de Kobiela, la más honesta en todo caso, fue no dar ninguna respuesta clara sobre lo que ocurrió. Llegaron a tener siete borradores del guion, todos diferentes en función de los hechos y también de la inspiración visual, las telas, los personajes y, por supuesto, las cartas. Al final, optaron por emplear los cuadros del periodo de madurez de Van Gogh y convertir en protagonista a Armand Roulin, el hijo de quien probablemente fue el único amigo de verdad que tuvo Vincent, el cartero Joseph Roulin. Siempre las cartas, imposibles de separar de su autor.
‘Loving Vincent’ imagina el destino de la última de esas cartas, la que envió poco antes de morir y nunca llegó a las manos de su hermano porque Theo murió menos de un año después. Esa última carta a Theo sirvió para articular una narración basada en el ‘flashbacks‘, en la que el hijo del cartero de Van Gogh se ve obligado a recorrer los pasos finales del artista para entregar la última misiva a su psiquiatra, el doctor Paul Gachet.
Una vez elegido el motor de la acción, tocaba ponerse con lo verdaderamente complicado: convertir el libreto en trazos vivientes. Para ello, tuvieron que rodar la película con personas reales y, posteriormente, pintar cada uno de los fotogramas a mano, un proceso en el que involucraron a 125 artistas de todo el mundo que juntaron en los Estudios Loving Vincent de Polonia y Grecia. Antes y durante el rodaje con los actores, el equipo de diseño pasó un año imaginando las escenas y los encuadres en los que representar la estética del artista.
El proceso de retratar al óleo a los protagonistas tampoco fue sencillo: los pintores tenían que integrar el trazo característico de Van Gogh y, a la vez, detallar lo suficiente los rostros para que estos no perdieran expresividad en la animación. Otro reto fue adaptar los diferentes tamaños de los lienzos de Van Gogh a un estándar de 103×60 cm, la medida exigida para adaptarse al formato más cuadrado de lo habitual que eligieron para el filme.
A lo largo de la película aparecen representados de forma fiel 94 cuadros del pintor, la mayoría, como se ha dicho, pertenecientes a su última etapa creativa, cuando desarrolló su estilo más maduro y en la que retrató al doctor Gachet, al cartero Roulin y al resto de personajes que aparecen en la ambiciosa cinta. Su característico color, una gran preocupación para los creadores, se respetó en las escenas del tiempo presente, pero se convirtió en blanco y negro en los saltos temporales al pasado, en los que se muestran escenas que Van Gogh nunca llegó a pintar.
En su trama, la película profundiza en el misterio que rodea la muerte de Van Gogh a través de un guion que se convierte en una investigación. Su protagonista, Armand Roulin, quiere averiguar a toda costa si realmente el pintor se suicidó o no y sabe que para ello tendrá que descubrir todos los matices de la personalidad de aquel pintor amigo de su padre a quien el joven, hasta entonces, solo había considerado un loco rodeado de cientos de lienzos y pinceles.