Los últimos tres meses han sido los peores que se recuerdan de caza furtiva de elefantes en Botsuana, considerado su último santuario “seguro”. Y los mejores tres meses, claro, para los cazadores a quienes ya no persiguen los miembros de las unidades anticaza que antes les hacían la vida (casi) imposible. Este tipo de unidades, que patrullaban las zonas donde más de 135.000 elefantes tienen su hogar, ya no existen, el nuevo Gobierno del país africano decidía desmantelarlas hace precisamente tres meses. Cuando Eric Mokgweetsi Masisi ganó las elecciones presidenciales y, solo un mes después, eliminó la unidad anticaza.
Desde Elephants Without Borders (Elefantes Sin Fronteras) se asegura que se trata de la cifra de muertes de elefantes por caza furtiva más grande que se ha visto en África. La citada ONG está realizando, junto al Departamento de Vida Silvestre del país africano, el censo aéreo anual de elefantes y confirma que los datos son descorazonadores, que los cazadores han perpetrado durante los últimos tres meses la mayor masacre de elefantes de la historia.
El móvil está claro, los cadáveres de los paquidermos han aparecido sin sus formidables colmillos, sin el codiciado marfil que se utiliza para adornos de todo tipo. La demanda de marfil sigue siendo muy alta y ya causó en su día matanzas que han llevado casi hasta la extinción de las poblaciones de elefantes de países vecinos como Angola o Zambia. Los datos de los expertos aseguran que una tercera parte de los elefantes africanos fueron asesinados durante la última década para satisfacer la citada demanda.
Sin embargo, hasta ahora, Botsuana siempre había estado a la vanguardia de la conservación de estos animales y aún no se entiende muy bien la medida tomada por el nuevo gobierno, al que organizaciones y representantes de la industria turística piden que vuelva a proteger a los animales de sus parques naturales. Porque desde hacía décadas, el país africano se congratulaba de tener la reputación de ser implacable con los cazadores furtivos, evitando en gran medida las pérdidas de elefantes que se han visto en otras partes.
Así, a pesar de la ausencia de vallas en sus fronteras internacionales, los datos de los dispositivos de rastreo que llevan los elefantes mostraba que muchos de ellos “salían” de Angola, Namibia y Zambia para “entrar” en los límites de Botsuana, donde se creía que estaban seguros. Los ejemplares muertos encontrados ahora aparecieron en las profundidades de Botsuana, cerca del santuario de vida silvestre del delta del Okavango, el cual está protegido y atrae a turistas de todo el mundo.
Las advertencias de que los furtivos no tardarían en llegar después de la desaparición de las unidades anticaza no sirvieron de nada, un alto funcionario de la oficina del presidente, Carter Morupisi, se limitó a declarar que el gobierno había decidido “retirar el equipo y armas militares del Departamento de Vida Silvestre y Parques Nacionales”, sin explicar el motivo. Todavía hoy no se sabe si esta matanza obligará al presidente Masisi a dar marcha atrás, a tomar consciencia de que ha puesto a su propio país en el centro de la diana, de que los cazadores apuntan ahora sus armas hacia Botsuana, contra la población de elefantes más grande del mundo.
Los cadáveres que acaban de encontrarse son de elefantes que han matado en los últimos tres meses, pero la gran mayoría murieron en las últimas semanas. Y si nadie lo evita, no va a parar aquí. Por mucho que se denuncie, sin medidas contundentes como las que había hasta hace tres meses, continuará una masacre que no ha hecho más que empezar. Afinan su puntería los traficantes de marfil mientras cada vez hay más voces que preguntan qué motivo oculto tiene el nuevo presidente para permitir que ocurra algo así en el país.