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Japón sigue reconvirtiendo sus cárceles en inesperados geriátricos

Los delitos perpetrados por japoneses mayores de 65 años llevan décadas aumentando y de acuerdo con los datos registrados por la Agencia Nacional de Policía, en la actualidad, cuatro de cada diez hurtos en comercios son cometidos por jubilados.

La japonesa es una de las poblaciones más envejecidas del mundo y, además, con dos de cada 10 ancianos de más de 65 años viviendo solos. La previsión es que, si nada cambia, en el año 2060 un 40% de la población japonesa sobrepase dicha edad. Por otra parte, hace décadas que la sociedad occidental dejó atrás la costumbre de que las tres generaciones de una familia convivieran juntas o, al menos, a poca distancia. Sin embargo, parecía que en la sociedad japonesa, a pesar de su indiscutible modernidad, nunca se perdería la milenaria tradición de venerar a los más ancianos. Se pensaba que por muchas manías exportadas que contagiaran a los jóvenes orientales, la ancestral costumbre de reunir bajo un mismo techo a tres generaciones de una familia estaba garantizada, marcada a fuego en los genes. No ha sido así, más bien todo lo contrario. De modo que las autoridades japonesas llevan ya muchos años buscando medios que sirvan para conjugar el individualismo reinante, con la debida atención hacia aquellos que, después de trabajar toda la vida, se ven ahora alejados de sus descendientes, que han dejado de interesarse por complacer a los espíritus ancestrales a través del respeto hacia sus mayores.

Lo que seguramente nadie esperaba era que tan radical cambio de valores y, en definitiva, de modo de vida, se viera reflejado en los informes anuales de la policía. De pronto, las estadísticas delictivas señalaban que una de cada cuatro personas detenidas por hurtar era mayor de 65 años. Una cifra más que llamativa, sobre todo, comparándola con la de 1986, año en que empezaron a confeccionarse este tipo de estadísticas, y que daba un resultado bien distinto: solo uno de cada veinte japoneses detenidos por hurto era mayor de 65. ¿Acaso la crisis financiera global de aquel momento impedía a los ancianos llegar a fin de mes y por eso se veían obligados a robar? En la mayoría de los casos no parecía este el único motivo, a pesar de que la pensión media por jubilación tampoco da para mucho en Japón. En todo caso, no tardó en comprenderse que los ancianos reconvertidos en ladrones ni siquiera estaban interesados por el valor de aquello que sustraían, sino que su verdadero “móvil” era el de ser pillados infraganti y dar con sus solitarios y desgastados huesos en la cárcel.

Debió extenderse la voz de que los módulos de las prisiones destinados a los presos más veteranos, y no precisamente por su pasado delincuente, no eran una mala solución para ayudar a lidiar con las dificultades de los últimos años de la vida. Tres comidas al día, un firme techo bajo el que cobijarse cada noche, compañía asegurada de otros mayores en la misma situación y funcionarios de prisiones reciclados en especialistas en geriatría, provocaron que las cárceles del país nipón se vieran cada vez más solicitadas por quienes, además del paso de los años, sentían el peso de la soledad. En los últimos tiempos, las autoridades japonesas han tenido que adaptar las instalaciones carcelarias para esta nueva e inesperada población, como la prisión de Onomichi, cercana a Hiroshima, una de las primeras que rehabilitó una planta entera para poder atender a sus necesidades.

Y la situación ha ido a peor, ya que el porcentaje de delincuentes ancianos sigue aumentando hasta superar hoy los 20 puntos porcentuales, es decir, con un incremento del 450% causado, sobre todo, por los hurtos en tiendas cometidos por japoneses jubilados: casi cuatro de cada diez. El doble que hace de una década. En un país, además, donde el hurto de un sándwich o un bollo puede acarrear una pena de prisión de hasta dos años. Y los datos sobre la reincidencia no hacen más que confirmarlo. Los ancianos llegan a prisión, donde permanecen dos años y vuelven a salir, para delinquir de nuevo y regresar a su celda. Atendiendo a la ley japonesa, quienes reinciden en delitos como hurto en tiendas pueden cumplir hasta una sentencia de cinco años.

Actualmente, el 15% del total de la población reclusa son mayores de 65 años, sin que ningún otro “grupo” les supere. Por otra parte, con independencia de los más de 40 millones de dólares que las autoridades japonesas han tenido que gastar en adaptar módulos o construir nuevos pabellones, esta situación también ha significado un importante aumento en el coste de atención médica en las prisiones: más medicinas, profesionales y también equipos sanitarios. Además, los funcionarios de prisiones han tenido que aprender a suministrar unos cuidados impensables en otro tiempo, como ayudar a los reclusos a bañarse y vestirse, recordarles la medicación o evitar caídas.

Japón no es, en todo caso, el único país de tradición que veneraba a los mayores que sufre el inesperado desinterés de los jóvenes por sus padres. En China, por ejemplo, donde está claro que la cárcel no es una opción recomendable por muy alto que sea el grado de desamparo, las autoridades han tenido que preparar a marchas forzadas una reforma legal para castigar a los hijos adultos que no visiten a sus padres ancianos. “Los familiares no han de ignorar o aislar a los mayores y deben visitarlos frecuentemente si no viven bajo el mismo techo”, señala uno de los epígrafes de la nueva ley de un país en el que, debido a la política del hijo único, el porcentaje de la tercera edad es cada vez mayor y donde el sistema de seguridad social cubre solo a una pequeña parte de la población. Un verdadero problema, probablemente el único que podría amenazar seriamente la fuerte economía del gigante asiático.

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