La Iglesia católica atraviesa una de sus peores crisis históricas y, sin duda, la mayor de las últimas décadas. Los escándalos de abusos sexuales hacen mella en un Papa Francisco que tiene que lidiar dos guerras que, poco a poco, se están convirtiendo en una sola.
La audiencia semanal del Papa en la plaza de San Pedro de Roma demostró este miércoles que los fieles tienen muchos recelos. Turistas y peregrinos apenas llenaban la mitad de la explanada. Algo inaudito.
Y es que la Iglesia se enfrenta a dos guerras muy relacionadas. La primera de ellas contra quienes acusan al Papa de no hacer lo suficiente para enfrentar los abusos sexuales a niños en la Iglesia. En este caso el Pontífice batalla contra una coalición de los supervivientes de los abusos, los católicos enfadados y los líderes seculares.
Y la segunda la del Papa contra los críticos conservadores católicos que lo acusan de diluir su fe. En particular, objetan por permitir que los católicos divorciados tomen la comunión.
Las dos guerras se han unido finalmente en una, en forma de carta del arzobispo Carlo Maria Viganó, publicada el pasado 26 de agosto.
Carta de Viganó
En su carta, el arzobispo acusó al Papa Francisco de no haber actuado en 2013 contra las denuncias de que el cardenal estadounidense Theodore McCarrick había abusado de menores.
El texto también ataca temas más amplios, así como la forma en que el Papa dirige la Iglesia.
“Viganò es una especie de personaje extraño en este caso porque en realidad son un grupo de personas. ¿Cuál es el motivo detrás de esto? Derribar al Papa Francisco de cualquier manera posible. Están tratando de hacerlo caer en una trampa y Francisco no está cayendo en eso”, argumentan desde Roma.
Silencio
Mientras tanto, el Papa Francisco guarda silencio. No respondió a la carta de Viganó ni tampoco a los cardenales más críticos.
Muchos piden por ello la ‘dimisión’ del Pontífice. Algo que no parece que vaya a suceder, pese a la peor crisis de la Iglesia en años.