«No toda la subida de los precios es achacable a los cambios en las tarifas energéticas o a la guerra». Es la valoración de Fernando Tomé, doctor en Economía y vicerrector de Estudiantes, Empleabilidad e Internacionalización de la Universidad Nebrija, ante la subida de los precios más alta desde mayo de 1985 adelantada ayer por el Instituto Nacional de Estadística.
El dato de la inflación interanual adelantada de marzo «no solo es grave por sí mismo, al situarse al borde de la barrera psicológica de los dos dígitos (9,8 %). Es aún más grave si hacemos zoom sobre lo que se llama inflación subyacente. Es decir, si quitamos del análisis del 9,8%, los bienes que más tienden a cambiar de precio, la energía y los alimentos frescos. Al quitarlos, nos quedamos con los cambios en los precios de los bienes más consumidos, que más estables son en su precio, los menos volátiles. Se suele usar para que la evolución de los precios se entienda como una tendencia, y no como la consecuencia de un acontecimiento puntual. Si la inflación subyacente es mucho más baja y poco relevante, se achaca la inflación a algo coyuntural, no estructural en la economía de un país. Pero si la subyacente crece y es relevante (más de un 1,5 o 2%), estamos ante un problema que excede a los acontecimientos inesperados», apunta Tomé.
Inflación subyacente, clave para saber que la inflación no es coyuntural
La inflación subyacente es del 3,4 %, y era del 2,1 % en enero, «lo que significa que no toda la subida de los precios es achacable a los cambios en las tarifas energéticas o al efecto que la guerra en Ucrania ha provocado en los precios de los alimentos frescos, por no acceder al granero ucraniano que siempre ha abastecido de pienso y cereales a nuestros animales y mercados», agrega el economista.

«Del 9,8 %, un tercio muestra que el problema que enfrentamos, de subida generalizada de precios responde a problemas estructurales de nuestra economía, no a factores sobrevenidos como por ejemplo el conflicto en Ucrania, al que se le puede responsabilidad de un 6,4 % en términos aproximados. Sin duda, el dato de la inflación subyacente agrava el significado de las alzas generalizadas en lo que compramos cada día, que seguirán subiendo cuando el entorno sea más estable y se normalice».
Para Tomé, al comprobar que la inflación subyacente era del 2 % en enero y del 3,4 % en marzo, «se confirma que la inflación es un problema de mayor calado que las circunstancias extraordinarias que vivimos y, por lo tanto, es un problema y lo seguirá siendo, cuando esos factores inesperados desaparezcan o se atenúen. Requieren de soluciones que lo afronten con perspectiva distinta a aliviar las consecuencias del conflicto».
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