Las fuerzas independentistas siguen bloqueando cientos de ciudades y aldeas en las regiones del noroeste y el suroeste para que las escuelas se mantengan cerradas por cuarto año consecutivo. Por ello, aunque las clases deberían haber comenzado el pasado 2 de septiembre, las aulas permanecen vacías. En muchos casos son los propios padres quienes mantienen a los niños lejos del colegio, ya que el año pasado fueron secuestrados 80 alumnos, el director y un profesor de una escuela. Y a pesar de su liberación una semana después, el miedo ya había tomado forma. Desde entonces la mayoría de colegios de esta parte del país se han vaciado y sus instalaciones acusan ya los efectos del abandono.
De acuerdo con los datos ofrecidos por Unicef, el veto a la educación afecta a aproximadamente 600.000 niños, con más del 80% de escuelas cerradas y al menos 74 centros escolares destruidos en las regiones de conflicto. Un conflicto que nació en 2016, cuando el gobierno decidió incrementar el uso del francés en las escuelas de las regiones mayoritariamente angloparlantes. La medida provocó protestas en masa que desembocaron en una rebelión al año siguiente, cuando grupos de civiles declararon la “guerra” a las tropas que el gobierno había enviado para aplacar las primeras protestas. Es probable que las autoridades no calcularan la gravedad de la rebelión que ya ha causado miles de muertos entre civiles, separatistas y soldados, con más de 50.000 desplazados y los colegios en el punto de mira de los “sublevados”. Además, la falta absoluta de implicación por parte de la comunidad internacional ha hecho que ambos bandos hayan continuado aumentando su beligerancia.
El último mes, un tribunal militar sentenció a cadena perpetua al autoproclamado líder de Ambazonia, Sisiku Ayuk Tabe, provocando que sus seguidores incrementaran las acciones de bloqueo: ya no solo estaban dirigidas a las escuelas sino también a la vida cotidiana. Con una población de aproximadamente ocho millones, el transporte público de la zona ha dejado de funcionar y se han cerrado tiendas, oficinas y mercados. Bamenda, la ciudad más grande de habla inglesa con una población de aproximadamente 400.000 habitantes, lleva, por ejemplo, más de una semana en lo que se ha denominado “clausura de emergencia” y miles de familias se han visto obligadas a dejar sus hogares en busca de áreas más seguras en Camerún, principalmente de habla francesa, incluida la capital, Yaundé, y el corazón comercial de Douala.
Camerún, como tantos otros países que fueron colonia, arrastra del pasado histórico el conflicto que vive ahora. Conquistado su territorio por Alemania en 1884, tropas francesas e inglesas ocuparon el país en 1916, durante la I Guerra Mundial. Tres años más tarde, Francia y Gran Bretaña se lo repartían: el 80% para los galos y el 20% restante para los británicos. Hasta que en 1960 el Camerún francés logró la independencia y, después de un referéndum, las zonas británicas del sur se unieron a ellos, mientras que los habitantes del norte elegían pertenecer a la angloparlante Nigeria. Sin embargo, las fronteras en un mapa nunca son líneas rectas sobre la tierra.