QAnon, como tantas otras ideas, movimientos o agrupaciones amigas de las teorías de la conspiración, tuvo su origen en Internet. En este caso, en un foro muy popular, 4chan, donde cualquier persona puede publicar comentarios y fotografías de manera anónima. En octubre de 2017, un usuario anónimo llamado “Q Clearance Patriot”, que dijo ser un miembro del gobierno de EEUU con acceso a temas de seguridad, aseguró que la investigación de Robert Mueller, director del FBI de 2001 a 2013, sobre la presunta relación entre la campaña de Trump y Rusia es, en realidad, una investigación sobre las élites globales del poder y que Donald Trump tendría un plan secreto para arrestar a políticos y estrellas de Hollywood por corrupción y abuso infantil.
Locura o no, lo cierto es que el responsable de estas afirmaciones, a quien se bautizó como QAnon (por Anónimo), no tardó en hacerse con un número cada vez mayor de fieles seguidores convencidos (en serio) de que entre los planes más inmediatos de Donald Trump estaría el desvelado por QAnon: proceder al arresto de poderosos políticos y famosas estrellas de Hollywood, todos ellos, por supuesto, pertenecientes al Partido Demócrata.
En todo caso, aquel post de Q en 2017 no fue el primero en hablar de tan descabellado asunto. Justo un año antes, en octubre de 2016, un supremacista blanco afirmó en su cuenta de Twitter que se habían encontrado correos electrónicos en el computador de Anthony Weiner – exesposo de Huma Abedin, mano derecha de Hillary Clinton – que hablaban sobre la existencia de un grupo de pedófilos pertenecientes al Partido Demócrata. Poco después, corrió el rumor de que este grupo organizaba sus particulares reuniones en la pizzería Comet Ping Pong de Washington, un local al que el 4 de diciembre de 2016, se dirigió el joven Edgar Maddison Welch armado con un AR-15, el arma favorita de los autores de masacres indiscriminadas, para impartir su propia justicia.
Por fortuna, aquello no llegó a mayores, sus tres únicos disparos no alcanzaron a nadie. Tras su detención, Welch aseguró que su intención era “investigar” la red de abuso sexual y sacrificios de niños en honor al demonio llevados a cabo en la pizzería por, entre otros, el jefe de campaña de Hillary Clinton y jefe de gabinete de su marido cuando era presidente, John Podesta, y su hermano, Tony. Y es que, precisamente, para los seguidores de QAnon la clave que demostraría la existencia de una red de violaciones a niños que luego son sacrificados en honor de Satanás se encuentra en un correo de Podesta divulgado por WikiLeaks, en el que, en realidad, se habla de un evento para recaudar fondos para Clinton en el restaurante atacado por Welch.
Todo falso, nada de “inocentes” actos de recaudación de fondos, alegan con vehemencia los seguidores de QAnon, que exigen leer entrelíneas para seguir tirando de un hilo que llevaría hasta una surrealista madeja en la que incluso hay víctimas mundialmente conocidas, como la niña británica Madeleine McCaan. Más aún, para los más radicales, Madeleine fue secuestrada personalmente por John y Tony Podesta, y por Anthony Weiner, quien – esto sí es un hecho “real” – tuvo que abandonar su prometedora política y asistir al final de su matrimonio a causa de varios casos de exhibicionismo online.
Claro, que del exhibicionismo por internet al secuestro de una niña para abusar de ella y luego asesinarla hay un gran abismo. No importa, el “Pizzagate” sirvió para seguir alimentando el fuego de los seguidores de QAnon, que siguen denunciando a esos supuestos pedófilos en foros como 4chan, 8chan, Reddit y, por descontado, también en las redes sociales como Twitter y Facebook. Y advirtiendo de los males que acechan en la oscuridad. Porque están también convencidos de que los cabecillas de los malos, Barack Obama, Hillary Clinton y George Soros, entre otros, planean un golpe y que la familia Rothschild es la que lidera el culto satánico que los agrupa a todos. Aunque, por fin, tengan de su parte al más listo, Donald Trump, que incluso tuvo la “genial idea” de simular confabularse con Rusia para investigar secretamente a los demócratas.
Hasta el momento, el aludido Donald Trump nunca ha hablado de manera directa sobre QAnon y tampoco ha escrito la palabra en su cuenta de Twitter. Sin embargo, eso no evita que sus seguidores busquen – y encuentren – el rastro de Q en las palabras del presidente, como ocurrió durante el citado discurso de Tampa en agosto. Trump mencionó cuatro veces el número 17, al repetir una y otra vez que antes de ser nombrado presidente había estado en Washington “unas 17 veces”. La letra «Q» es la número 17 en el alfabeto y aquello se tomó como la prueba definitiva de que lo que dice Q es cierto.
Aunque no sea posible determinar si Trump escogió ese número a propósito, no hay duda de que su manera de hablar seduce al público que suele seguir teorías de la conspiración. Ha quedado claro, a estas alturas, que al presidente estadounidense le encanta hacer referencia a fuerzas oscuras y que él mismo es un “aficionado” a las teorías de la conspiración, que utiliza para defenderse o atacar al contrincante. Cuando era candidato, Donald Trump aseguró, por ejemplo, que el gobierno estadounidense supo con anticipación de los ataques del 11 de septiembre de 2001, sugirió que Antonin Scalia, un juez de la Corte Suprema que murió mientras dormía hace dos años, había sido asesinado y mantuvo durante años que el expresidente Barack Obama había nacido en Kenia y no en Honolulú, lo que presuntamente lo hacía inelegible para la presidencia.
Y desde que ocupa el despacho oval, no han faltado las teorías de diversas conspiraciones – todas, por supuesto, contra él – que llegan desde lo que denomina el “Deep State” o “Estado profundo”, un grupo con integrantes de varias ramas del gobierno que a escondidas manipulan todo lo que sucede en una administración. Lo terrible es que la estrategia no le va tan mal: un sondeo de la Universidad Monmouth revela que una mayoría de estadounidenses, sin importar a qué partido pertenecen, sí cree que hay un Estado profundo manejando las políticas de su país. Por eso, las teorías conspirativas no paran de crecer. La última señala a nada menos que a la primera dama y sería muy conveniente para justificar el divorcio del mandatario. Porque, señores, Melania Trump podría ser en realidad una espía rusa.