El resultado del análisis que pone nombre y apellido al asesino que aterrorizó el barrio de Whitechapel, al este de Londres, quizás no habría sorprendido a los investigadores de la época: el barbero de origen polaco Aaron Kosminski siempre estuvo entre los sospechosos que barajó la policía. Sin embargo, nunca pudieron probarlo. Ahora, 130 años después de que se cometieran los crímenes, los científicos Jari Louhelainen y David Miller, de las universidades inglesas de John Moores y de Leeds, respectivamente, están convencidos y así lo han publicado en la revista científica Journal of Forensic Sciences, máxima referencia británica en ciencias forenses, de que su análisis genético señala a Kosminski como autor de los cinco asesinatos atribuidos “oficialmente” al hasta ahora enigmático “Jack el Destripador”, aunque hubo más casos que nunca se sabrá si fueron obra del mismo monstruo.
Sus víctimas fueron casi todas prostitutas y los crímenes, horrendos. Los cuerpos de las mujeres que tuvieron la desgracia de cruzarse con él aparecieron mutilados, sus rostros desfigurados. El modus operandi del asesino del tenebroso barrio londinense incluía profundos cortes en la garganta, la cara y zonas genitales, que realizaba antes de extraer algunos de sus órganos. Las teorías sobre sus posibles conocimientos quirúrgicos, los datos ofrecidos por presuntos testigos y la presión popular y de la prensa, hicieron que la policía barajara, después de investigar a más de trescientos sospechosoa, una decena de posibles “candidatos” entre los que se encontraba el joven de 23 años Aaron Kosminski. “Por primera vez”, dicen ahora los científicos Jari Louhelainen y David Miller, “describimos a un nivel sistemático y molecular la única evidencia física vinculada a los asesinatos de Jack el Destripador que ha sobrevivido hasta nuestros días”.
Sin embargo, a pesar de la atención que ha despertado su informe – esta es la primera vez que la acusación sustentada por una prueba genética se publica en una revista científica -, son muchos los que se han apresurado a rechazarla poniendo en duda todo el proceso de la investigación. Empecemos por el principio: los resultados provienen del examen forense de un chal que, según los científicos que firman el informe, estaba junto a Catherine Eddowes, cuyo cadáver fue encontrado en Mitre Square la madrugada del 30 de septiembre de 1888 con un corte en la garganta y una incisión en el abdomen a través de la que se le había extirpado el riñón izquierdo y gran parte del útero. En la prenda había salpicaduras de sangre y semen, este último correspondiente al asesino, de donde los autores del estudio extrajeron y ampliaron la muestra genética. Después compararon los fragmentos del ADN mitocondrial extraídos del chal con muestras de ADN de descendientes vivos de la víctima y de su presunto verdugo y obtuvieron un resultado que coincide con el de un pariente vivo de Kosminski. El problema es que, en primer lugar, nunca se ha probado que el chal fuera encontrado en la escena del crimen – informes de la época aseguran que estaba en la entrada de un edificio de apartamentos en la calle Goulston -, y, en segundo, que para otros científicos expertos en la materia, la comparación genética del informe no tiene en cuenta ciertas consideraciones de importancia que pueden alterar los resultados y critican que no se hayan publicado los resultados de las secuencias de ADN mitocondrial “para que el lector pueda interpretarlos por sí mismo”.
Por lo que se refiere al primer asunto polémico, lo cierto es que no hay un registro que pruebe que el agente de la policía metropolitana de Londres Amos Simpson, el primero en acudir a la escena del crimen, recogiera el chal. Sin embargo, la prenda se hizo famosa hace unos años cuando su actual propietario, el empresario y “ripperólogo” Russell Edwards, se empeñó en demostrar que Aaron Kosminski fue Jack el Destripador. Con genealogistas que rastrearon a los descendientes del barbero polaco y de su víctima, hace cinco años, ya con la participación del científico Louhelainen, Edwards financió la primera prueba de ADN realizada y que habría arrojado resultados del 100% de coincidencia en los restos de sangre de Catherine Eddowes y del 99,2% en los restos de semen, identificados como de un “hombre de etnia rusa y judía”. Kosminski, nacido en la ciudad polaca de Klodawa y que llegó al barrio londinense de Whitechapel huyendo de la persecución de los judíos en su país, fue uno de los primeros sospechosos. La policía, cuyos informes describían al barbero como “esquizofrénico paranoico, con alucinaciones auditivas”, le arrestó, le sometió a diversos interrogatorios y hasta le mantuvo bajo vigilancia, pero jamás pudo probar su implicación. Murió en un centro psiquiátrico a los 53 años.
No es, en todo caso, el único sospechoso por el que siguen apostando los fanáticos seguidores de “Jack”. Las recurrentes pesquisas e hipótesis basadas en los principales sospechosos siguen divididas y dispuestas a luchar por su “candidato” sin que una prueba genética les vaya a convencer ahora de lo contrario, aunque quizás para Scotland Yard sí pueda ser la forma de cerrar el endemoniado caso que les ha traído de cabeza durante tantos años. Porque para la mayoría de londinenses de la época, sobre todo para los vecinos del East End, la policía simplemente había fracasado. La prensa se hizo eco de todas las críticas e incluso burlas muy al estilo del humor británico y aquello se reflejó en la creación de un “comité ciudadano” que se encargó de patrullar las calles del barrio, identificar a posibles sospechosos e investigar por su cuenta los asesinatos. Desde entonces, pocos aficionados al misterio se han resistido a hacerlo. Así que este último hallazgo, que ya ha servido para disparar la demanda de los tours de Jack el Destripador por el este de Londres, ha despertado a los convencidos de la “ripperología” que desde hace días discuten en sus particulares foros sobre su tema favorito.