Hace mucho que los matarifes del negro califato se dieron cuenta de que destruir las obras de arte en las ciudades que ocupaban podía ser un buen espectáculo para su industria cinematográfica, pero muy poco rentable si de llenar los bolsillos se trataba. Y sabían que solo con grandes sumas de dinero podrían prolongar la sinrazón de su maléfica “cruzada” contra Occidente. O quizás no lo supieran hasta que alguien superó su asesino fanatismo para convencerles de que bien podían seguir exportando al mundo alguna imagen de dos o tres de los suyos emprendiéndola a martillazos contra una estatua “impura”, sin tener que renunciar por ello a sacar pasta a los “infieles” por algo mucho menos complicado que negociar con la vida de rehenes.
El expolio de los numerosos yacimientos arqueológicos e importantes museos de la zona que llegó a controlar Daesh suponía hacerse con una inesperada financiación que no tardaron en utilizar para alargar la pesadilla de los pueblos ocupados. Mercado no iba a faltar, igual que tampoco faltaron nunca clientes para comprar barato el petróleo de los pozos con los que fueron haciéndose a su paso. Sin dinero no hay guerra, pero el autoproclamado califato islámico logró tener las arcas llenas porque siempre hay quien se hace rico precisamente a costa de las guerras.
Jaume Bagot Peix es uno de ellos, de acuerdo con las pesquisas que condujeron a su detención y que se iniciaron gracias, en parte, a la denuncia de un estudiante belga que durante la preparación de su tesis sobre arqueología se encontró con catálogos que incluían piezas que no deberían estar a la venta. Y llamaba la atención, sobre todo, el abultado catálogo de Bagot, con cabezas griegas y romanas por las que podía pedir entre 30.000 y 50.000 euros, así como esculturas, sarcófagos y mosaicos cuyos precios no bajaban de 100.000 euros.
A esta denuncia se sumó una petición de colaboración por parte de la policía italiana a la española que solicitaba información sobre un sarcófago que podía haberse vendido por contrabando en Bélgica, pasando por España y, más en concreto, por las manos del galerista catalán Jaume Bagot. Se inició entonces un examen exhaustivo de las declaraciones de importación que se tienen que tramitar a través del Ministerio de Cultura para que estas piezas puedan entrar y salir del país.
No tardaron en saltar las alarmas. Como explicaba estos días el jefe de la Brigada de Patrimonio de la Policía Nacional, Fernando Porcel, enseguida se detectaron muchos expedientes relacionados con piezas griegas y romanas de determinada zona; de países, incluido Libia desde la caída de Gadafi, donde está prohibida la salida de este tipo de obras de arte. Además, la procedencia de esas piezas era Oriente Medio o Tailandia y las facturas que presentaban procedían de Turquía o Egipto, países, todos ellos, que tienen prohibido el traslado de piezas arqueológicas.
Que Daesh se financiaba con el expolio de yacimientos arqueológicos de los territorios que ocupaba era un hecho aceptado de forma unánime por los servicios de Inteligencia e Información de medio mundo, pero esta ha sido la primera vez que ha podido acreditarse. Dos años de trabajo conjunto de los agentes de la UDEV Central de la Comisaría General de Policía Judicial y de la UCIE de la Comisaría General de Información tras los pasos de Jaume Bagot Peix conocido como el “niño prodigio” del arte antiguo en España y de su socio, Oriol Carreras Palomar, secretario general de la Junta Directiva de la Agrupación Profesional de Anticuarios de las Reales Atarazanas, culminaban con su detención y diversos registros.
En el taller de reparación de las piezas, la nave en la que se almacenaban, la galería de arte de la Ciudad Condal y la lujosa vivienda del principal implicado. Unos registros que han servido para encontrar una importante cantidad de documentación, numerosas piezas de origen cirenaico y de la zona tripolitana, así como siete mosaicos, sarcófagos y piezas de origen egipcio.
De los datos facilitados por el responsable de la investigación se sabe, además, que las piezas “llegaban al anticuario, del robo a la tienda, en tiempo récord”. Durante los años en los que Libia sufrió el azote de DAESH y otros grupos terroristas se extrajeron en su territorio valiosísimas piezas que los intermediarios sacaban del país a través de distintas rutas previamente trazadas para ocultar el expolio. Las principales vías discurrían, por mar o tierra, a través de Egipto y Jordania hasta Emiratos Árabes Unidos, desde donde se mandaban a Barcelona con escala en Alemania. Otra vía habitual era Tailandia.
Ahora, la céntrica galería del número 278 de la calle Consell de Cent propiedad del joven anticuario permanece cerrada aunque su dueño ya esté en libertad. Una libertad con cargos, bajo fianza de 12.000 euros – escasa a primera vista teniendo en cuenta el valor de las piezas robadas –, con obligación de comparecencias periódicas en el juzgado y la prohibición de salir de España mientras se sigue la instrucción en la Audiencia Nacional.
Su detención, sorprendentemente, ha pasado bastante “desapercibida” para los medios, pero es bastante probable que con ella termine la “prometedora” carrera que Bagot empezó a los 13 años comprando y vendiendo en mercadillos con inusual rentabilidad. Tanta, que con 17 abría su primer local y aunque no terminó la carrera de Historia y Arqueología, estudió idiomas – habla al menos cinco -, se rodeó de una biblioteca especializada de 4.000 volúmenes que, además, asegura haber leído y quienes han tratado con él le describen como un elegante autodidacta. Para la policía, un vendedor sin escrúpulos plenamente consciente de que se estaba haciendo de oro a costa de financiar a los terroristas más salvajes de los últimos tiempos.