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Nikki Haley, la embajadora de Trump que olvidó su propio sueño americano

Hija de inmigrantes que hicieron fortuna en Estados Unidos, fue la primera legisladora de origen indio de la Cámara de Representantes de Carolina del Sur y ahora ocupa el puesto de embajadora en la ONU.

Nikki Haley, embajadora de la ONU
Nikki Haley, embajadora de la ONU

La embajadora de EEUU ante la ONU anunciaba esta semana que su país abandonaba el Consejo de Derechos Humanos. Lo hacía un día después de que la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos denunciara la separación de cientos de niños inmigrantes de sus padres en la frontera sur de EE.UU. y con declaraciones que no se esperaban de ella: “Ni Naciones Unidas ni nadie más van a dictar cómo Estados Unidos defiende sus fronteras”.

El nombramiento el 25 de enero de Nikki Haley como embajadora del Gobierno de Donald Trump ante las Naciones Unidas fue tan polémico como la mayoría de cargos que el nuevo presidente fue incorporando a su Administración después de ser elegido. En el caso de la ex gobernadora de Carolina del Sur, quienes más críticos se mostraron fueron compañeros de su propio partido: durante la campaña presidencial republicana, Haley se posicionó como una de las detractoras del presidente electo, Donald Trump, a quien ahora debía representar en el gran organismo internacional. Fue el propio Trump, sin embargo, quien quiso cortar de raíz cualquier crítica: “La gobernadora Haley ha probado su capacidad para unir a la gente sin importar su procedencia o su afiliación política con el fin de hacer avanzar políticas para mejorar su estado y su país”.

Nikki Haley con su familia

Nikki Haley con su familia

No obstante, la declaración de Trump no convenció a los republicanos que veían el nombramiento de Haley como la crónica de otra destitución-dimisión anunciada. Parecía imposible que la relación de Trump y Haley hubiera salido indemne de los ácidos intercambios de críticas que ambos se dedicaron en relación a las duras propuestas migratorias del millonario neoyorquino y su resistencia a condenar grupos supremacistas blancos, como el Ku Klux Klan (KKK). La primera de las críticas a Trump se produjo durante la réplica que, en nombre del Partido Republicano, pronunció Haley para contestar el discurso del Estado de la Unión que, como es tradición, dio el presidente Barack Obama en el Congreso antes de dejar el cargo.

En una entrevista posterior a la cadena NBC, Nikki Haley afirmó que Trump había contribuido a diseminar “palabras irresponsables” por todo el país, a lo que Donald Trump contestó, por supuesto en Twitter, acusando a Haley de ser “muy débil en inmigración ilegal” e incluso aseguró que la gente de Carolina del Sur estaba “avergonzada de ella”. La gobernadora republicana respondió, a su vez, con una típica expresión del sur, “bless your heart”, que sirve para mostrar desprecio de una forma, digamos, condescendiente.

Sin embargo, incluso con Donald Trump, en política las rencillas personales acaban por aparcarse cuando hay otros intereses. Y el poco futuro que muchos veían en el cargo de la ex gobernadora ha acabado por convertirse en uno de los puestos de importancia más consolidados en la Administración Trump, a pesar de que Haley llegara a la ONU sin experiencia internacional de ningún tipo. Hasta entonces, su carrera se había desarrollado exclusivamente a nivel local. Una carrera que, en todo caso, llevaba tiempo apuntando a lo más alto y que, con bastante probabilidad, no termine cuando finalice el mandato del puesto que ocupa ahora.

Casada con un veterano de Afganistán, madre de dos hijos e hija de inmigrantes de la India, Haley se convirtió en 2004 en la gobernadora más joven de Estados Unidos y en la primera legisladora de origen indio de la Cámara de Representantes de Carolina del Sur, donde mantuvo su escaño hasta 2010 cuando fue elegida para gobernar el citado estado. Miembros del partido republicano comenzaron en aquel momento a señalarla como posible candidata vicepresidencial para las elecciones de 2012, pero aquello no pudo ser. Una inoportuna y grave crisis estalló ese mismo año en su estado por culpa de unos piratas informáticos que robaron a mansalva los números de identificación y los datos de tarjetas de créditos de millones de residentes y la dejaron fuera de la carrera electoral.

En junio de 2015, sin embargo, Haley vivió uno de los momentos más determinantes de su carrera política convirtiéndola en rostro conocido más allá de su estado. A raíz del ataque a una histórica iglesia de la comunidad afroamericana de Charleston en el que un joven blanco mató a nueve feligreses negros, supuestamente por odio racial, la gobernadora se empleó a fondo – y ganó – en lograr que los legisladores estatales decidieran retirar la bandera confederada del Capitolio después de más de medio siglo ondeando como símbolo del pasado de segregación y esclavitud en el sur de Estados Unidos. “En temas de raza”, dijo Haley en un emotivo discurso, “Carolina del Sur ha tenido una historia difícil, todos lo sabemos, muchos de nosotros lo hemos visto en nuestras vidas, en las vidas de nuestros padres y de nuestros abuelos. No necesitamos recordatorios”. Aquellas palabras y su propia experiencia personal la convirtieron entonces en símbolo de la diversidad dentro del homogéneo conservadurismo del sur de Estados Unidos.

Porque Haley – el nombre que le pusieron al nacer es Nimrata Nikki Randhawa – procede de una familia de inmigrantes. Sus padres, Ajit Singh Randhawa y Raj Kaur Randhawa, originarios de Amritsar, en la India, lograron hacer fortuna en Estados Unidos con una empresa de ropa de lujo, “Exotica International”, que empezó su andadura en 1994 y creció hasta convertirse en una compañía multimillonaria. Todo un ejemplo de “sueño americano”, que no casa ahora con la política de deportaciones llevada a cabo por la administración a la que ella pertenece como figura destacada. Aunque es cierto que algunos miembros de su partido la habían criticado por mantener una postura moderada sobre el tema de inmigración indocumentada – asegura estar en contra de las deportaciones masivas -, también hay republicanos que no entienden su forma de nadar entre dos aguas.

Nikki Haley

Nikki Haley

Especialmente en momentos tan polémicos como el que acaba de obligar a Trump a dar marcha atrás en su política de separar a los niños inmigrantes de sus padres cuando estos son detenidos en la frontera sur y a firmar una orden ejecutiva (contra sí mismo) para detener tan inhumana práctica (su propia práctica). La imagen de estos niños perplejos y desconsolados hacinados en jaulas que mostraba la peor cara de Estados Unidos, hizo reaccionar a los propios estadounidenses que salieron a manifestarse públicamente contra esta repugnante práctica. Mientras, otros echaban de menos un discurso potente, sin fisuras, de Nikki Haley, quien estaba en su propia “batalla” anunciando que EE.UU. cumplía con su amenaza: se retiraba del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, un “nido de motivaciones políticas” según la embajadora.

Haley andaba, en definitiva, volcada en otro discurso que podría parecer distinto aunque, en realidad, estuviera por completo relacionado con lo que sucedía en la frontera sur del país norteamericano. “Tomamos este paso porque nuestro compromiso no nos permite seguir siendo parte de una organización hipócrita y centrada en sí misma que hace una burla de los derechos humanos”, decía a principios de semana Haley, acusando al Consejo de Derechos Humanos de estar movido por sentimientos contrarios a Israel. También, por la presencia de países que el Gobierno de Trump considera que no deberían tener un asiento en la Comisión de Derechos Humanos formada por 47 países miembros escogidos por mayoría absoluta en la Asamblea General de la ONU. Precisamente, entre las condiciones que Estados Unidos presentó hace un año como indispensables para no marcharse estaba la de crear un dispositivo para que países acusados de cometer violaciones a los derechos humanos pudieran ser excluidos del Consejo con mayoría simple en la Asamblea y no con el voto de dos tercios. La embajadora de EE.UU. ante la ONU también exigió entonces que el Consejo eliminara el punto 7 de su agenda, dado que aborda exclusivamente las violaciones de derechos humanos en Israel.

Por tanto, la decisión de retirarse no ha sido una sorpresa en los pasillos de la ONU. Lo que quizás no se esperaba era que se llevara a cabo tan solo un día después de que la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos denunciara la separación de cientos de niños inmigrantes de sus padres en la frontera sur de EE.UU. en los últimos meses. Una denuncia a la que Haley reaccionó con durísimas palabras, que muchos no esperaban de ella: “ni Naciones Unidas ni nadie más van a dictar cómo Estados Unidos defiende sus fronteras”.

Las consecuencias prácticas de la retirada de Estados Unidos del Consejo son, en todo caso, limitadas – es cierto, eso sí, que el abandono implica que Israel pierda a su principal aliado en este órgano -, porque las decisiones y sus políticas no son vinculantes, pero los activistas de derechos humanos temen que este abandono afecte a los fondos del Consejo, ya que Washington venía haciendo importantes aportaciones económicas para que sus mecanismos de investigación y supervisión en el mundo pudieran operar de forma efectiva. Mientras, intentando pescar en rio revuelto, se encuentra Rusia. Porque la salida de EE UU se lleva a efecto dos años después de que Rusia fracasara en su objetivo de ser reelegida para un puesto, de modo que esta sería su oportunidad para reclamar la vacante y que Putin vuelva a dar una “lección” de estrategia a Trump. Una vez más, en este (su) particular tablero de ajedrez que sin embargo no es un juego, sino el mundo en que todos tenemos que convivir. Con mayor o menor fortuna.

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