La Organización Mundial de la Salud lleva años alertando acerca de las nuevas drogas de diseño que, lejos de resultar menos nocivas que otras viejas conocidas como la heroína o la cocaína, están provocando estragos entre quienes acaban enganchándose a ellas. Y el shabú, junto al Krokodil, encabeza el ranking de las drogas más peligrosas del mundo. También llama la atención que la primera no suele consumirse como acto de tipo lúdico, sino todo lo contrario. Permite a quienes la toman trabajar varios días seguidos sin apenas descansos, gracias a la euforia, la hiperactividad y la ausencia de hambre o de sueño que experimentan sus consumidores.
Filipinas es el país donde más se consume a pesar del rechazo que cualquier tipo de droga tiene en la comunidad católica, aproximadamente el 80% de la población. La policía filipina atribuye a la conducta agresiva derivada de su consumo muchos de los crímenes violentos que cada día se cometen en el país y su presidente, Rodrigo Duterte, ha convertido la lucha contra el shabú en una cuestión de estado. Pero no es únicamente allí donde el shabú está creando problemas. Otros países, como el nuestro, han comprobado que en las comunidades de filipinos que han emigrado para buscar trabajo hay un número elevado de adictos a esta substancia. Algunos, cuando llegaron, simplemente no la dejaron atrás; otros, se engancharon a ella cuando ya estaban aquí: necesitan dinero para mantener a sus familias y están dispuestos a trabajar todas las horas que hagan falta o que aguante el cuerpo. Y para eso, para aguantar, muchos empiezan a consumir tan peligrosa sustancia.
Es el caso de la comunidad filipina en España, más concreto la que se encuentra en Barcelona, donde cada vez son más frecuentes las muertes y los ingresos hospitalarios a causa de esta droga de la que resulta especialmente complejo desengancharse. De hecho, la Convención Internacional de Psicotrópicos la tiene clasificada en la lista II por su alto potencial de adicción, con efectos que incluyen alucinaciones y brotes psicóticos que son, además, de mayor gravedad que los que pueden derivarse de la heroína o el LSD. Por otra parte, como su consumo es un tabú dentro de la comunidad, en demasiadas ocasiones se detecta al drogadicto cuando ya es tarde para intentar que se desenganche. Nadie quiere hablar de ello, aunque en realidad no sea muy difícil imaginar quien podría llevar tiempo consumiéndola solo con observar su vida: siempre a lomos de una especie de montaña rusa. Pasando del “high bat”, cuando uno se siente capaz de hacer todo lo que le pongan por delante, al denominado “low bat”, el momento en que, además de dejar de sentir la euforia provocada por la droga, el cuerpo se desmorona a causa del cansancio acumulado durante días de frenético trabajo.
Aunque al principio la droga era consumida mayoritariamente por hombres mayores de 20 años, las autoridades sanitarias y policiales llevan tiempo advirtiendo del significativo incremento en el número de mujeres jóvenes que recurren a ella, incluso durante el embarazo. Su poder sobre el sistema nervioso central es devastador y en poco tiempo termina destruyéndolo. Los adictos no tardan en presentar lo que en inglés se conoce como “meth mouth” – en español boca de metanfetamina – que prácticamente les impide hablar con claridad. La policía española detectó el shabú a principios de esta década, siempre entre miembros de la comunidad filipina, sobre todo de la que vive Barcelona, a donde la droga empezó a llegar por correo hasta que una mafia nigeriana se hizo con la distribución. La operación Apolo, comandada por los Mossos d’Esquadra y la Guàrdia Urbana, ha sido uno de los mayores golpes que se ha asestado en España contra el tráfico de esta sustancia: ocho kilos intervenidos y 28 personas arrestadas, la mayoría de origen filipino, aunque los cabecillas eran todos nigerianos.
De acuerdo con un informe de la ONU, en el mundo la consumen 24 millones de personas y en Estados Unidos, donde se conoce como cristal meth o ice, su consumo también vivió un repunte, allí asociada a fiestas interminables y no a jornadas de trabajo. Junto al shabú, el Krokodil es otra de las drogas de diseño que amenazan de forma espeluznante a las nuevas generaciones, una sustancia capaz de destrozar la piel hasta dejar los huesos al descubierto. El nombre de la droga proviene de la palabra cocodrilo, precisamente por sus efectos en la piel, que se vuelve gris, se desprende y en un máximo de tres años, la carne se pudre.