Hace una semana, el rey Mohamed V de Malasia dejaba atónito a su pueblo con su inesperada abdicación del trono, la primera vez en la historia del país que un monarca – su título oficial es Yang di-Pertuan Agong, Jefe de Estado constitucional de la federación de Malasia – se retira antes de completar el mandato único de cinco años para el que ha sido nombrado. “Su Majestad se prepara para regresar a la sede de la Casa Real, en Kelantan, para colaborar con el Gobierno del estado y para salvaguardar y desarrollar al pueblo”, rezaba el comunicado de Palacio que anunciaba la abdicación. Un texto confuso para los que no estén familiarizados con el peculiar modo de reinar que existe en Malasia.
Lo que quería decir el comunicado es que el rey volvía a ser rey “únicamente” de su territorio. Porque desde su independencia del Reino Unido en 1957, Malasia es una monarquía constitucional regida por un singular sistema que supone el cambio de rey cada cinco años, escogido entre las familias reales de los antiguos reinos por los nueve gobernadores malayos del país. Un complejo mecanismo de marcado corte federal basado en el sistema parlamentario de Westminster que, sin embargo, ha sido capaz hasta la fecha de funcionar sin demasiadas tensiones entre esos nueve estados, de los que siete son monarquías hereditarias basadas en primogenitura agnaticia (Kedah, Kelantan, Johor, Perlis, Pahang, Selangor y Terengganu), otro (Perak) con una corona que gira entre tres ramas de su familia real y, por último, el estado de Negeri Sembilan, donde rige una monarquía electiva.
Todos estos gobernantes utilizan el título de Sultán, excepto el de Perlis que es un Rajá y el Negeri Sembilan, cuyo título es el de Yamtuan Besar. En lo que todos coinciden sin excepción es en limitar la elegibilidad de los tronos a los malayos musulmanes varones de ascendencia real. Y uno de ellos será elegido como monarca constitucional federal y Jefe de Estado de Malasia por la llamada Conferencia de Gobernantes, una especie de conclave con un sistema de elección secreto en el que, sin embargo, lo normal es que se nombre aquel a quien corresponda el trono en función de un orden que quedó establecido con la constitución de la moderna Federación en 1963.
El problema es, precisamente, que no siempre puede estar todo tan atado y bien atado. La repentina abdicación de Mohamed V tres años antes de que expire su mandato es buena prueba de ello. En todo caso, aunque el suyo haya sido el más mediático, no se trata del primer “cambio de planes” que ocurre en el país a cuenta de tan singular monarquía. Hace dos años, por ejemplo, resultó elegido el sultán Iskandar, mandatario de Johor, uno de los sultanatos más poderosos del país, a pesar de que “no le tocaba”. La sorpresa no se quedó ahí: el elegido renunció a aceptar el cetro que misteriosamente se le ofrecía sin que le hubiera llegado el turno, porque quería llamar la atención sobre las enmiendas de la Constitución por las que, poco a poco, los reyes han ido perdiendo poderes efectivos. Es decir, que lo que rechazaba en realidad era una corona, digamos, decorativa. Lo que quería era mandar, de verdad.
A Iskandar tampoco le había hecho ninguna gracia que la Constitución acabara con la inmunidad total de la que históricamente gozaban los miembros de las familias reales malayas y lo cierto es que, al parecer, sigue maniobrando para que los reyes recuperen antiguas prerrogativas como la del derecho de veto ante determinadas leyes. Fue precisamente su negativa a aceptar el trono, la que hizo correr el turno para que Mohamed V, mandatario de Kelantan, recibiera la corona que ahora también él abandona para estupor de un país donde, a pesar de su papel más bien protocolario, la figura del rey es sumamente respetada.
Y aunque llegara al trono un poco por azar, nadie esperaba que Mohamed V no fuera a concluir su reinado, contribuyendo con su decisión a la inestabilidad política que se vive en este importante núcleo económico del sureste asiático. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial el país había gozado de una envidiable (y rara) estabilidad, sin embargo, el año pasado salió a la luz el hartazgo de la población frente a la enorme corrupción existente en el partido que llevaba décadas gobernando. El primer ministro Najib Razak estaba envuelto en un monumental escándalo, acusado de un desvío a sus cuentas bancarias de 681 millones de dólares de un fondo estatal y las pasadas elecciones de mayo lo desalojaron de su despacho. Los votantes habían decidido apostar por la coalición opositora, liderada por el actual primer ministro, el nonagenario Mahatir Mohamad, que en el pasado ya había ocupado este cargo.
De modo que la crisis institucional que ha provocado la renuncia de Mohamed V llega en un momento de cambio que aún no se sabe a dónde llevará. Y si en situaciones normales la regla “a rey muerto rey puesto” es de urgente y vital cumplimiento, lo es aún más cuando un país acaba de cambiar el color de su gobierno. Por ello, una vez superado el sobresalto que ha atraído la atención internacional gracias al tinte pretendidamente amoroso del episodio, ahora lo más urgente es que la Conferencia de Gobernantes escoja nuevo monarca para el país. Está previsto que se reúna el próximo 24 de enero y se baraja como posible sustituto de Mohamed V al sultán de Pahang, Ahmad Shah, el primero en la línea rotatoria antes mencionada. Salvo que los rumores sobre su mala salud lo descarten en beneficio de otro, probablemente Tengku Abdulá Shah, de 59 años, su heredero, actualmente presidente de la federación asiática de hockey y miembro del consejo directivo de la FIFA.
Por lo que se refiere a Mohamed V de Kelantan, aunque en su carta de renuncia no mencionó los motivos concretos que le llevaban a dar el paso después de una baja médica de dos meses para recibir tratamiento por una dolencia no especificada, todos han dado por seguro que su boda, nunca confirmada por Palacio, con la ex Miss Moscú Oksana Voevodina ha tenido mucho que ver. Pero, ¿en qué sentido? Porque se ha querido “vender” la historia como una abdicación por amor y los medios locales han contribuido a alimentar esta versión “rosa” con la noticia de que la joven de 25 años está esperando el primer hijo de la pareja, a quien Mohamed V pretendería dedicar todo su tiempo, siendo esta la razón para renunciar a las pesadas tareas de gobierno.
Sin embargo, la otra versión es mucho menos colorida. Lo cierto es que la renuncia llegó justo cuando Mohamed V acababa de retomar su agenda oficial después de dos meses de baja médica, periodo durante el cual se casó con Voevodina, y que en realidad habría sido obligado a dejar el trono por el cónclave de gobernantes que se reparte la jefatura de Estado. Y sí, la boda sería el motivo, pero porque la misma no ha sido vista con buenos ojos por los sectores más conservadores de los gobernantes del país. Mohamed V, además, tampoco tiene una relación demasiado cordial con el nuevo primer ministro. En mayo, durante su toma de posesión, el flamante ganador de las elecciones, Mahatir Mohamad, tuvo que esperar casi cinco horas al monarca para su ceremonia de juramento y, al parecer, nunca se lo ha perdonado.
En todo caso, Mohamed V, de 49 años, seguirá reinando. Ha vuelto a su trono en Kelantan con la mujer a la que se unió en matrimonio el pasado 22 de noviembre en una lujosa sala de eventos cerca de Moscú, una vez que ella se convirtió al islam, abandonó su carrera de modelo y su licenciatura en Empresariales en la Universidad de Moscú. Oksana Voevodina, hija de un cirujano ortopédico ruso y de una reina de la belleza de los años 90, ahora se llama Rihana Oksana Gorbatenko y en sus cuentas de las redes sociales no queda ni rastro de su vida anterior. Así que visto con perspectiva, ¿no es la joven rusa quien parece haber “abdicado” más?